Los mitos nos seducen más que la realidad, nos refugiamos en
ellos tratando de alcanzar algo que nos haga sentir extraordinarios. En el
Metropolitan Museum de Nueva York exhiben su colección de tapices renacentistas
franceses. El tapiz central es un bosque, lo habitan dragones, panteras, un
ciervo, faisanes, alrededor de una fuente. Varios nobles, entre ellos el
príncipe, observan con sus perros de caza, a los animales. En el centro hay una
fuente y un unicornio se arrodilla y coloca su cuerno sagrado para purificar el
agua que brota, en una visión pagana que desafía los milagros. Purifica el
agua, la bendice, un ser extraordinario, su virtud es la imposibilidad de
existir, cuerno dorado, limpia lo que creemos impoluto.
Los tapices con unicornios, eran tejidos por mujeres y
hombres jóvenes, vírgenes. Poseer un tapiz era estar protegido por un talismán,
que viajaba con sus dueños y se heredaba, cargado del poder de su origen, se decía
que en esos talleres, en luna llena, llegaba el unicornio y posaba por unos
instantes.
Los nobles observan el prodigio, el agua fluye, es el
momento de la fascinación por el conocimiento. Expediciones a la India y
África, llevaban animales imposibles en Europa, comisionadas por nobles y ricos
comerciantes. El rinoceronte de Durero, dibujo y grabado, la voz que narra, el
artista escucha, la mano describe, inventa y crea en ese instante una presencia
que hace al mundo infinito. Llegó a Lisboa desde la India, para el rey Manuel
I, que lo observó maravillado por su piel,
armadura fuerte y flexible, su cuerno, arma mágica portadora de poderes.
El unicornio nunca llegó, surgió, nació, como los seres
divinos y los milagros, fue contemplado por miles de personas, se aparecía en
las habitaciones de las doncellas, acompañaba a los soldados, ahuyentaba a los asesinos.
Obsesionados, se recompensaba a quien fuera capaz de mantenerlo cautivo, y ah,
desdicha, se necesitaba un ser humano impecable, sin pasado, y sin futuro, para
que el unicornio dócil, permaneciera unos instantes.
Las panteras del tapiz, fueron traídas desde África,
feroces, nunca lograron domesticarlas, los príncipes, imitando a Dionisio, las
tenían a su lado. En Florencia, Venecia, Francia, Portugal, panteras que miraban
a los ministros con sus ojos amarillos, vestidas con collares de plata y
piedras preciosas. Las panteras traían sabiduría y valentía a los príncipes.
Tenían sus propios cuidadores, y deberían
estar en calma, se cuenta que en la corte de Cosme de Medici, una pantera, ante
el ruido de unos músicos callejeros, devoró a su cuidador, los guardias miraban
aterrorizados, sin atreverse a tocarla, sabían que la pantera era más valiosa
que sus vidas.
El unicornio no purifica nuestras aguas, las panteras en
cambio, aquí están, siguen a mi lado, mirando, deteniendo el tiempo con sus
ojos amarillos.