Se robaron la risa. En tiempos aciagos, en momentos paranoicos y delirantes, de sanitización y desinfección. Sucedió, misteriosamente. Se robaron la risa.
Entraron de noche, violaron la puerta. Expertos, saben ver en
la oscuridad y no hacer ruido. Conocían muy bien el lugar, lo visitaron varias
veces. Contaron los pasos para llegar a la sala, uno, dos, tres, setenta, aquí
es. Inhalaron profundo. Encontraron la pintura. Los esperaba lúdica,
reluciente, una escena imposible hoy, imperdonable, prohibida, exhibiendo el
hedonismo perdido. Dos jóvenes riendo,
Frans Hals, Barroco holandés, 1626.
Es perfecta, la risa, las mejillas rojas, el tipo en primer
plano con la garrafa de cerveza en las manos, barro esmaltado, hecho a mano, cerveza
fermentada en casa, sin purificar, que se resbala como una sopa, llena el
corazón y la barriga. Atrás de él, otro rostro, un adolescente rubio, sonríe cómplice,
mira de reojo, se saborea el trago largo que darán de la misma garrafa. Qué mas
da si nos contagiamos de algo, qué mas da si no te conozco, bebamos, que
estamos vivos.
Hals el hedonista, endeudado, mujeriego y piadoso, dibujaba
como poseso, perseguía la luz, la turgencia de la grasa, piel y músculos, pintaba
rostros que no se cansaban de reír y beber, cuerpos que fornicaban y comían.
Tres pecados capitales que en las pinturas de Hals son arte: lujuria, gula y
pereza. Personajes que no piensan en el futuro, carcajadas de gozo, escotes
impúdicos, cuerpos rozagantes, la peste en la puerta de la plaza, la Guerra
contra España. Abrázame que mañana será tarde.
¿Quién se puede robar hoy esta escena descarada? Hoy que ocultamos
la risa con un cubrebocas, que no
podemos tocarnos, hoy pasteurizados, desnaturalizados, artificiales. Quiero a
esos barbajanes bebedores como mis amigos, tráiganlos. Qué envidia no poder
vivir en una pintura de Hals, nuestra cotidianeidad higiénica, científica, claustrofóbica. En el
Barroco tenían miedo y se amaban, se tocaban, no había cura para las enfermedades,
se revolcaban de gozo, pintaban obras perfectas y componían música sublime. Es
la tercera vez que roban esa pintura, 1988, 2011 y hoy, del mismo museo
holandés, la diferencia es hoy. La realidad es esa pintura, la ficción somos
nosotros, es este miedo paralizante. La realidad es la necesidad de ser plenos,
sentir y entregarnos al presente.
Hals tenía miedo, a la vejez, a sus acreedores, a sus enfermedades
y pintaba gente feliz en ese instante. Sin penicilina, sin analgésicos, sin
vacunas, gula, pereza, lujuria. Se robaron esa pintura para demostrar que el
pasado no era como este absurdo presente.
Robarla como un conjuro, talismán que acabe con este
ridículo horror. La policía dice que la van a recuperar, es irrelevante. Lo escandaloso
es ver esas mejillas gordas y rojas, ese instante en que los dos personajes
presienten la fiesta que les espera. Esa es la noticia. Ver dos rostros felices
en todos los periódicos del mundo, y recordar que hace siglos teníamos miedo a
la muerte, y disfrutábamos la vida.