
Reescribir la historia, ese sueño totalitarista, tiene un
elemental objetivo, auto designarse como un héroe, ser el santo, ser la víctima,
adueñarse del relato, para imponer el maniqueísmo oficial.
La moda de derribar estatuas y monumentos ha pasado de la
justicia a la ignorante revancha, y en nuestro país, poblado y gobernado por
adictos al victimismo, claman por derribar las estatuas de Cristóbal Colón y demás “efigies invasoras”. El monumento ubicado
en Avenida Reforma en la Ciudad de México es una obra de arte, comisionada en
1873 a Charles Cordier, escultor francés especializado en la anatomía humana de
distintos grupos étnicos, innovador en técnicas y materiales. Sus obras se
encuentran en el Musee d'Orsay en París, en el MET de Nueva York y el British
Museum de Londres. Es indudable el gran valor artístico del monumento, lo que está
en duda es la capacidad de análisis de los que piden, con argumentos victimistas,
que sea retirada porque representa la “invasión extranjera”.
La pretensión de que un proceso de fusión cultural y de
creación de una nueva civilización y de un Estado, deba ser un trance pacífico,
benévolo y placentero, es una obsesión contemporánea de examinar a la historia
desde una pedagogía infantilista y reduccionista. Las civilizaciones se
inventan sin anestesia, son un proceso doloroso y difícil de asimilar, no se
trata de eximir crímenes, se trata de mirar hacia adelante. El resultado de ese
proceso es el que habla de su trascendencia y su importancia. El viaje de Cristóbal
Colón patrocinado por su amante, Isabel la Católica, fanática y cruel con sus
propios súbditos, tuvo como consecuencia nuestro mestizaje y civilización, fue
un viaje de negocios y de conquista. La civilización resultante, representa
nuestro idioma, cultura, y religión, y hasta los que quieren derribar esas
esculturas, son guadalupanos.
Esa posición ignorante de lo que somos demuestra inmadurez
intelectual, actuar en consecuencia implicaría derribar desde la Catedral Metropolitana hasta cada uno de los
edificios Novohispanos que existen. Ese viaje dejó incuestionables beneficios,
y si se gestó con dolor también se gestó con idealismo.
La obsesión victimista y maniqueísta, es oportunismo
demagógico para ocultar el racismo actual, las zonas arqueológicas abandonadas,
los museos sin presupuesto, los artesanos indígenas sin plataformas de venta ni
políticas eficientes de promoción para sus obras, y la construcción de un Tren
Maya que destruye zonas arqueológicas, y selvas, en donde habitan comunidades
indígenas. Las nuevas investigaciones y excavaciones de otras áreas
arqueológicas están paradas, nuestro pasado prehispánico no es prioridad
gubernamental.
Lo más patético es que esa ignorancia pide derribar sin
edificar, esa gente que se niega a ver lo que somos y la importancia de ese
pasado histórico, no le ha dado, ni le dará al nuestra cultura un ápice de lo
que nos dió ese largo proceso de 500 años.