miércoles, 10 de junio de 2020

IGNOMINIA DE BRONCE


A los tiranos y los sátrapas, a los aduladores y los ignorantes, a aquellos que creen que la inmortalidad está en la petrificada efigie que no merecen, a todos ellos les fascina ser insultados con una estatua de bronce.
El desahogo colectivo, la catarsis social, furia incontenible de las protestas en varios países por la muerte de un ciudadano americano en manos de la policía, es un estallido que vacía la frustración de los meses de cuarentena, detonado por el racismo, una de las enfermedades sociales más difíciles de erradicar. Las esculturas de los generales y próceres confederados, que hicieron fortunas con la siembra de algodón, explotando el trabajo esclavo de miles de negros, que decretaron su derecho a ser dueños de vidas humanas y comerciar con ellas, aún se recordaban con monumentos y estatuas en parques y plazas, que han vandalizando y derribado en las protestas.
El arte contiene a la memoria, el bronce y el mármol pueden ser lápidas para los nombres que cargan, colocadas en las plazas las estatuas retienen el oprobio y la deshonra. Las estatuas de Lenin, Stalin, y las de Francisco Franco, entre cientos de nombres, el fracaso de un sistema se consagra con los líderes mudos hechos pedazos. La historia de cada país está saturada de monumentos y estatuas, inmerecidas, ridículas, injustas, muchas mal realizadas, grotescas, que ensucian el espacio como un recordatorio de nuestra cobardía.
Regalo que denuncia al que lo recibe, en México nos gusta halagar, tenemos estatuas de los expresidentes, exgobernadores, exministros, son un homenaje sufragado por el erario, fingido espontáneo, autoritarismo sin pudor. La diferencia entre una pintura y una estatua, es que la última es obra pública, es para que perdure durante siglos, y una pintura no tiene esa exposición pública, aunque esté en un recinto oficial.
El vandalismo es deplorable, sin embargo, hay decenas de estatuas y monumentos que deberían ser derribados o transformados, vanidades, arrogancias y tiranías que merecen ser destrozadas a pedradas. Es insultante que se use el espacio público para posar la efigie de un expresidente o exfuncionario, si van a comisionar una obra que sea dedicada a una persona de verdadero valor intelectual y moral.
Las estatuas de políticos son tan limitadas estéticamente, porque el personaje carece de méritos que se vean reflejados en la obra. El personaje de pie, de traje, por lo menos las obras antiguas tenían a un personaje a caballo, y el escultor sabía que el arte estaba en hacer el caballo y pedestal.
Esas plazas, parques, avenidas, que soportan la imagen de la vergüenza, deberíamos aprovechar la coyuntura y acabar con todas esas obras, fundirlas y con el bronce hacer una guillotina, colocarla en una plaza y que ese sea el recordatorio de la justicia, del destino que muchos merecieron en la Revolución Francesa, lección inolvidable para la vanidad de los que aspiran, inmerecidamente, a escribir su nombre en los libros de Historia.