La Catedral Metropolitana de la Ciudad de México está esperando
su propia tragedia, no vivimos tiempos de fe, el revanchismo no da espacio ni
para el arte ni para la protección de obras maestras irrepetibles. Desde la
plaza del Zócalo se ven las grandes ramas que crecen encima de las cúpulas, que
están rompiendo las estructuras, el despedazamiento de las piedras de sus
torres, las ventanas arqueológicas del piso están invadidas por vegetación. ¿Qué
están esperando para reparar ese daño?
Si esto está así es porque el interior debe ser más grave. La pérdida de
Notre Dame le enseñó al mundo que el arte verdadero es insustituible, que no se
hace con tecnología, se hace con la voluntad humana, cuando hicieron estas
catedrales había voluntad de hacer arte, ahora hay voluntad de hacer dinero, de
pagar arquitectos estrambóticos que no piensan en la misión del recinto, piensan
en hacer negocio con materiales y constructoras.
Las cúpulas, ese milagro de la arquitectura, fueron
verdaderos experimentos científicos, los antiguos arquitectos se arriesgaban
con un ejército de trabajadores, para levantar aun más alto esas bóvedas que
concentrarían un fragmento de la divinidad. Es inconcebible que una obra como
nuestra catedral padezca ese deterioro y ese abandono, si en esta época no
pueden hacer bien un centro comercial y las obras públicas quedan a la medida
de la mediocridad imperante, qué van hacer si esta catedral se viene abajo, no
hay elementos humanos ni tecnológicos para reconstruirla.
El abandono de estas obras es consecuencia del desprecio
generalizado que hay por el arte y la cultura, creen son un lujo prescindible y
quedan fuera de la agenda política. De esos miles de millones que van a gastar
en el Orozco Park, podrían destinar un poco para reparar la Catedral Metropolitana,
que es más valiosa que todo ese proyecto.