sábado, 19 de septiembre de 2020

INFERNO DE BOTTICELLI

Merecía haber acompañado a Dante en su viaje filosófico,  lo hizo dos siglos después, bajo el encargo de Lorenzo de Medici. El divino pintor, creador de la Alegoría de la Primavera se unió a Virgilio en el recorrido por la miseria humana que padece los sufrimientos a los que nuestra desgraciada naturaleza sucumbió durante la existencia. Cuerpos desnudos revolcándose en ríos de sangre y lodo, encadenados, devorándose a sí mismos, retorcidos en sus alaridos, fauces desorbitadas que vomitan, cabelleras de serpientes, el Inferno es la dramática representación de un genio que desborda su virtuosismo para el horror.

 Dante escribió la Divina Comedia durante su doloroso exilio de Florencia, y realiza la más exquisita de las venganzas, inmortalizar a sus verdugos y difamadores en una condena que ha durado siglos, hundiéndolos en una infamia equivalente a la gloria del poeta. Los dibujos son más poderosos que las pinturas, en la austeridad de la línea se desnuda en sufrimiento, la representación es morbosa, la belleza de los trazos, curvas caligráficas, en una continuidad narrativa. La seducción de este Inferno es el horror, Dante traslada su propio dolor a la descripción de esa pesadilla.

Los Pecados Capitales son el espectáculo fascinante que Botticelli lleva a una cinética estremecedora, la orgía de sus dibujos, los cuerpos se muerden entre ellos, cadenas que los sujetan, aberraciones de la debilidad del espíritu.  Capturar la belleza es la condición para lograr el horror, en su contradicción, está la respuesta para alcanzar la esencia del miedo, y aun así, con esa advertencia portentosa nos arrastra a asomarnos al abismo.

Los poemas de Dante y los dibujos de Botticelli existen porque una raza despreciable puede engendrar genios sublimes, y los convierte en testigos. Dante realiza ese viaje y contempla lo que él mismo ha creado, es un viaje por su talento, por su capacidad infinita de mostrar un reflejo de nuestro ser que jamás han conseguido ni la sociología, la psicología ni ninguno de esos especuladores de ciencias acomodaticias y panfletarias. 

En las líneas de La Divina Comedia, escrita en toscano vernáculo, las entrañas que rompen sus cicatrices, cismáticos con sus vísceras derramándose, las palabras iracundas que dividieron, iniciaron guerras, siguen en su arrogancia existiendo, y Dante, las describió para vaticinar su perpetuidad. ¿En dónde están los límites entre la belleza y la aberración, cómo puede haber poesía en la obra de Dante y en los dibujos de Botticelli, bajo qué condena hay seres humanos que son capaces de alcanzar lo sublime explotando nuestra desventura? No existen, en ese Inferno, habita la mitología de nuestra psique. La Divina Comedia, no es un libro religioso, no hace proselitismo, es poesía, filosofía, es la invención del realismo, no hay supuestos, no hay metáfora, eso somos, eso seremos.   

 

ENSAYÌSTICO


 "No hay temas menores, hay escritores mediocres. Lo que sigue después de esta pandemia será la pandemia de libros ensayísticos de recopilaciones de tuits que cientos de escritores creerán que sus textos merecen ser leídos".

JARDÌN SIN DELICIAS


El miedo que tenemos a la catástrofe es proporcional a la adicción que tenemos a la vida. La literatura, el arte, el cine, hemos creado infinidad de ficciones que pregonan el fin de esta civilización. Nuestra finitud, la fragilidad de nuestra condición radica en que no sabemos, si acaso intuimos, qué hacemos o por qué estamos aquí, y con la misma arbitrariedad podríamos desaparecer. Estamos atados a esa incertidumbre, que tal vez ese sea, nuestro sentido de existir. La literatura y mística de la Edad Media eran una didáctica de la muerte, la noción de Ser estaba condicionada a la noción de no Ser.

El Jardín de las Delicias del Bosco, tríptico en óleo sobre tabla, tiene una lectura académica que la reduce a una obra moralígena, y no es así. La pintura describe tres estados de la existencia. El central que nos llama con su prodigiosa orgía, los personajes desnudos son parte de la Naturaleza. Es el reino de los sentidos, el cuerpo es insecto, planta, fruto, navegan sobre pájaros, abrazan peces, juegan con camellos, ciervos, conchas marinas, se aman, el tiempo no existe, la edad incierta, la juventud evidente, el placer es el reloj que rige esa incontenible carnalidad. Es desbordante la posibilidad del placer, imaginativa, inagotable, el cuerpo entregado a un juego infinito sin diferencias entre animales y humanos.

El Bosco decidió, en esta meticulosa y obsesiva obra maestra, ubicar la orgía en el panel central y más grande. Nos cautiva, maravillados, extasiados, cada uno de los insaciables cuerpos, entregados a la generosidad de la carne y la vida. En las pinturas laterales, estrechas y claustrofóbicas, habitan las advertencias de la catástrofe.

El lado  oscuro deplora el cuerpo, lo martiriza, el aire es un humo denso, instrumentos musicales son patíbulos y torturas, castigos morbosos, monstruos que devoran lentamente seres enfermos, el reino del dolor. El extremo es la paz de la soledad, el mismo Jardín, sin Delicias, los animales sin juegos, la pareja que recibe una bendición para sobrevivir en ese vacío, en la peligrosa promesa de amarse sin entregarse, el reino del egoísmo.

Las Delicias son el panel central, esas Metamorfosis de Ovidio. La máxima filosófica de Lucrecio en La Naturaleza de las Cosas: no hay razón para establecer la superioridad humana, todos los seres nacemos y morimos. El Bosco sabía de nuestra finitud, y por eso inmortalizó al placer, su oscuro abismo anuncia la catástrofe, la orgía terminará. En 1505, en el inicio del Renacimiento, el Bosco pintó esta obra en medio de la influencia de los textos grecolatinos que buscaban los eruditos en los monasterios. Creó la más provocativa invitación para gozar y llevar esa filosofía a cada momento de la existencia. En nuestra  época moralígena, obsesionada con una hipócrita y tiránica pulcritud social, es inimaginable que podamos ver un fragmento de esas Delicias. Henos ahí, en el oscuro ángulo de la desolación, ahí, destruyendo nuestra esencia, el castigo somos nosotros.

viernes, 4 de septiembre de 2020

LA URGENCIA DE VIVIR


 Se robaron la risa. En tiempos aciagos, en momentos paranoicos y delirantes, de sanitización y desinfección. Sucedió, misteriosamente. Se robaron la risa.

Entraron de noche, violaron la puerta. Expertos, saben ver en la oscuridad y no hacer ruido. Conocían muy bien el lugar, lo visitaron varias veces. Contaron los pasos para llegar a la sala, uno, dos, tres, setenta, aquí es. Inhalaron profundo. Encontraron la pintura. Los esperaba lúdica, reluciente, una escena imposible hoy, imperdonable, prohibida, exhibiendo el hedonismo perdido. Dos jóvenes riendo, Frans Hals, Barroco holandés, 1626.

Es perfecta, la risa, las mejillas rojas, el tipo en primer plano con la garrafa de cerveza en las manos, barro esmaltado, hecho a mano, cerveza fermentada en casa, sin purificar, que se resbala como una sopa, llena el corazón y la barriga. Atrás de él, otro rostro, un adolescente rubio, sonríe cómplice, mira de reojo, se saborea el trago largo que darán de la misma garrafa. Qué mas da si nos contagiamos de algo, qué mas da si no te conozco, bebamos, que estamos vivos.

Hals el hedonista, endeudado, mujeriego y piadoso, dibujaba como poseso, perseguía la luz, la turgencia de la grasa, piel y músculos, pintaba rostros que no se cansaban de reír y beber, cuerpos que fornicaban y comían. Tres pecados capitales que en las pinturas de Hals son arte: lujuria, gula y pereza. Personajes que no piensan en el futuro, carcajadas de gozo, escotes impúdicos, cuerpos rozagantes, la peste en la puerta de la plaza, la Guerra contra España. Abrázame que mañana será tarde.

¿Quién se puede robar hoy esta escena descarada? Hoy que ocultamos la risa con un cubrebocas,  que no podemos tocarnos, hoy pasteurizados, desnaturalizados, artificiales. Quiero a esos barbajanes bebedores como mis amigos, tráiganlos. Qué envidia no poder vivir en una pintura de Hals, nuestra cotidianeidad  higiénica, científica, claustrofóbica. En el Barroco tenían miedo y se amaban, se tocaban, no había cura para las enfermedades, se revolcaban de gozo, pintaban obras perfectas y componían música sublime. Es la tercera vez que roban esa pintura, 1988, 2011 y hoy, del mismo museo holandés, la diferencia es hoy. La realidad es esa pintura, la ficción somos nosotros, es este miedo paralizante. La realidad es la necesidad de ser plenos, sentir y entregarnos al presente.

Hals tenía miedo, a la vejez, a sus acreedores, a sus enfermedades y pintaba gente feliz en ese instante. Sin penicilina, sin analgésicos, sin vacunas, gula, pereza, lujuria. Se robaron esa pintura para demostrar que el pasado no era como este absurdo presente.

Robarla como un conjuro, talismán que acabe con este ridículo horror. La policía dice que la van a recuperar, es irrelevante. Lo escandaloso es ver esas mejillas gordas y rojas, ese instante en que los dos personajes presienten la fiesta que les espera. Esa es la noticia. Ver dos rostros felices en todos los periódicos del mundo, y recordar que hace siglos teníamos miedo a la muerte, y disfrutábamos la vida.