El cuerpo humano inspira a la tecnología, intriga a la
ciencia y excita al arte. La realidad es percibida y padecida, vemos,
escuchamos, vivimos creando maquinaria que imite a nuestros sentidos para aumentar nuestra experiencia de la realidad.
La invención de la cámara oscura explicó cómo funciona el ojo humano y es capaz
de llevar imágenes al cerebro, dando una certeza de la vida para ser
reproducida. La ciencia y el arte se unieron en esa obsesión, y la luz, ese
prodigio que llega desde el Sol, ese dios omnipotente, entra por nuestro ojo
llevando en cada rayo una partícula de los objetos que se interponen en su
camino, reflejándolos en la retina. La física y la óptica descubrieron que vemos
la luz. La cámara oscura es una habitación cerrada, la luz entra por un pequeño
orificio y refleja en una pantalla de papel los objetos que están iluminados en
el otro lado. La geometría óptica, la perspectiva, la incitación a experimentar
este mundo como un fenómeno sin supersticiones religiosas, y además llevarlo al
arte, nos dio un falso control de nuestra noción de la existencia.
La cámara oscura detonó la invención de la cámara
fotográfica y sin embargo para el arte, la imagen supuestamente sometida, no es
el objetivo. La imagen reflejada en ese papel o ahora por un video proyector,
no son una propuesta artística, porque la realidad tampoco lo es, la realidad
es un inicio insuficiente, mentiroso, inestable. Ni las obras de Vermeer, o los
paisajes de Canaletto son resultado de un truco tecnológico, lo podemos ver hoy
mismo, tener un video proyector más potente que una rudimentaria cámara oscura,
no permite volver a pintar como Vermeer. La imaginación, la composición, la
creación de un lenguaje no son un producto tecnológico, por eso el
hiperrealismo fotográfico está encerrado en la trampa de la imitación por la
imitación, en la pirotecnia sin contenido, porque lo que buscamos del arte es
justamente lo que no existe en la realidad.
Caravaggio es señalado entre los que usaron cámara oscura,
el contraste de la luz del Barroco, el dramatismo de su obra no es un efecto
óptico, es un efecto filosófico. La imitación de la fotografía, sin la
modificación de la composición y el color, la burda información llevada a la
pintura produce obras mediocres, sin consistencia suficiente para justificarse
como pinturas. Reducir la pintura o el dibujo a trucos y habilidades es una
obcecación por denigrar el arte casi a un asunto de suerte, la creación de un
lenguaje, la imaginación, son resultado de trabajo, observación y decisión de
plasmar eso que la realidad no tiene. Los retratos que copian las fotos hechas
por un teléfono, reducen el lenguaje pictórico a la limitada estética del
consumo masivo. La tecnología avanza y el arte retrocede porque confunden a lo
trascendente con el consumo. La pintura que imita este consumo es pintura
desechable. No hay truco, pintar va más allá de copiar, no es mimesis, es
invención.