Coleccionar, ambicionar, comprar, observar, y todos, son
para usarse, los inventamos, los necesitamos como esclavos inanimados, y cuando
su función se ha agotado, estorban y los desechamos. Montañas de basura, fosas
comunes de objetos abandonados, sin valor, perdidos, sin dueño, sin sentido, se
degradan lentamente. La vida de los objetos es su utilidad, inservibles,
mueren. En el arte contemporáneo VIP es un slogan el “trabajo con objetos
cotidianos y a través de ellos buscamos una reflexión, etcétera, etcétera” y
los objetos despojados de la dignidad de “servir” se muestran como rarezas en
el higiénico basurero del cubo blando del museo. Sin provocar la “reflexión”,
desolados sin su esencial anonimato cotidiano, insignificantes, padecen el
ridículo discurso curatorial. El instante de la convivencia diaria les da
valor, en la dependencia mutua son vulnerables al desprecio, pacientes esperan
su final. Willem Van Aelst llevó la naturaleza muerta del Barroco neerlandés a
un análisis extremo de la condición “inanimada” sin ánima, sin vida, la rigidez
de lo que no respira, en los animales muertos reunidos con los objetos, con las
armas que los asesinó.
El terrible y hermoso escenario de la temporalidad
eternizada. Los animales comparten con los objetos la inmortalidad que el arte
les otorga. En la pintura Juego muerto
con Implementos de deporte, 1657, es un óleo tétrico y magnifico, ocho
pichones muertos, atados de las patas, uno de ellos con el cuello caído, sin
fuerza, yace sobre un cuchillo de plata y el cuerno de caza, las plumas sin
brillo, los ojos entre abiertos, la mirada sin horizonte. En ese espacio son
iguales el cuchillo y el pájaro, la vida del objeto es su dueño, el que lo
manipula, la vida del animal es instinto y libertad, y ahí, juntos dejan de ser
animales y objetos, son otra belleza, son contemplación. Privilegio humano,
usar y desechar, la existencia se divide entre los que usan y los que son
usados, pichones, cuchillo, agotado su momento, las personas se amontonan en
las montañas de basura que acumula la memoria.
El pasado son esos pichones, el momento donde hubo vida,
cielo, cantos, y el accidente de sobre volar el Juego Muerto, la cotidianidad
que a unos alimenta y a otros aburre, para darle sentido juegan con las cosas,
los animales, las personas, hasta que en ese pasmo de la nada se acaba el
juego, y la vida. La fugacidad de nuestra vida, es ese juego en el que poco a
poco desgastamos nuestro tiempo, los pájaros se quedan ahí, espíritus que han detenido
su vuelo, cuerpos vacíos, y nos obligan a contemplarnos en su imagen. Vanitas,
no seremos más de ese aleteo, en lo que nos rodea, en cada elemento está la
belleza de lo que hemos perdido. El fondo de la pintura es negro absoluto, el
Barroco y su oscuro silencio, la fuente de luz proviene del arte, del talento
del artista para concentrar nuestra atención. Cuánto se pierde en esta
existencia, utilizados, no sabemos lo frágil de nuestro vuelo, hasta que
alguien decide que está aburrido.