La penitencia de las pasiones, apagar esa invasión incesante
que maldice las noches, persigue los silencios saturándolos de voces que nada
dicen, voces que esperan una réplica que nunca llega, diálogo enmudecido con el
alama negra del arrepentimiento. Jerónimo se ocultó en el desierto de Siria, se
desnudó, padeció hambre y sed, se golpeó el pecho con una piedra para callar a
los Doce Demonios del Infierno. Danza, música, comida, vino, sensualidad,
placeres y la promiscuidad perseguían a Jerónimo y lo separaban de sus
oraciones, tan fuerte es la carne que desconoce al espíritu, lo calla con la mordaza
de un beso. En el Metropolitan Museum de Nueva York exhiben temporalmente San Jerónimo Penitente de Leonardo da
Vinci, en una salita oscura, atascada de turistas ruidosos. Partida en dos
piezas y unida en el siglo XIX, la tabla denuncia la torpeza de las
restauraciones, la pintura está inconclusa, es una vida suspendida en la atmósfera
incierta de los colores. Leonardo pidió piedad con esa obra, Leonardo lloraba
mientras la pintaba, es un autorretrato y una confesión. La pintó en el
Convento de San Donato de Scopeto, en Florencia, cuando estaba al servicio de
los Medici, tenía que hacer un gran fresco para los frailes, que le pagaron y
nunca realizó. Es una obra que nadie comisionó, la realizó en un impulso, sin más
motivo que sus emociones. El arte en esplendor, era propaganda, arma y juguete
del poder. Colmado del amor que sentía por su maestro y amante el virtuoso escultor
Verrocchio, compartían el lecho y la sabiduría, la música y la poesía,
discutían de la proporción de la belleza y se divertían diseñando ropajes para
deslumbrar como artistas y dictadores de la moda. Los demonios de la envidia
los miraban con codicia, la sombra de la violenta hipocresía los vigilaba, y
lanzaron la acusación, señalaron al Verrcchio como sodomita. Lo evidente se criminalizó,
y el genio fue enlodado por la
mediocridad.
La obra inconclusa está desnuda, se puede ver la técnica, el
orden del trabajo, y no revela nada de ese misterio que es llevarla a ser una
pieza excepcional, irrepetible. En la obra está Jerónimo el sabio, gritando al
cielo que contemple su miseria, que tengan piedad de su sacrificio, a sus pies
está el león, su amigo, el único ser que le demostró agradecimiento y lealtad,
el paisaje fantasmal y mágico que Leonardo llevó magistralmente en la Virgen de
las Rocas, es el escenario de la desolación. Jerónimo y el león, Verrocchio y
Leonardo. El frágil león encontró piedad y sanación en Jerónimo, que le extrajo
una espina; y el sabio desesperado pedía lo mismo al cielo en la soledad de la
ermita, mientras los demonios gozaban provocando dolor.
Jerónimo se curó de sus pasiones trabajando, estudiando la
misma voz a la que pidió paz, traduciendo los libros de la Biblia del griego y
hebreo al latín vulgar, vulgata, una
vez terminada su misión regresó a su ermita, con la sola compañía de su
silencio. Leonardo huyó de Florencia, dejó atrás a los demonios de las plazas, nunca
terminó la pintura, no pudo continuar mirando su propio padecer. Lo esperaba la
corte de Ludovico el Moro en Lombardía, dejó inconclusa una obra maestra,
abandonó al amor en el cuerpo seco de Jerónimo, en el león que cuidó la tumba del santo hasta
morir de hambre y sed.