Sainte Colombe (1640–1700) Concertos for Two Viola da Gamba
La Luna tiene luz
propia, emana de su centro alimentado por las fiebres nocturnas de los embrujados,
por las
preguntas sin responder de los insomnes. La Luna ilumina escaleras torcidas,
provoca sombras púrpura que me guían al huir de puertas y premoniciones, que en
las noches deliran en los secretos que no revelo. La ciencia sabe muy poco de
ella, cree que si envía naves con científicos que hurtan sus piedras y ensucian
su silencio, conquistan y triunfan, dan certezas descalificando el misterio,
demostrando que el poder oculta su impotencia destruyendo. Celebran el
aniversario de su ignorancia, y desde su eterna vigilia, la Luna se burla de
que pretendan saber en dónde está y que además, les pertenece.
En la lejanía que
nos trastorna, que nos pierde en las pesadillas, la Luna está en la densidad de
los Conciertos para Dos Violas da Gamba de Monsieur de Sainte- Colombe, que
en la austeridad su pequeño estudio interpretaba para la soledad de su alma,
piezas que creó con virtuosismo egoísta, dedicadas al espacio de su vacío. Martin
Marais fue su alumno por unos meses, rompiendo ese rito del espíritu que se confiesa
en la creación, el maestro apenas lo guiaba y lo expulsaba, regresando a su
silencio. En las noches Sainte-Colombe y la Luna mantenían un diálogo largo,
sabio, amoroso, mientras eran espiados por Martin Marais, oculto bajo una
ventana atendía cuidadosamente, memorizando cada nota, cada espacio, entregado
al concierto más pleno que puede dar un
artista, el concierto de su alma. Marais así aprendió los secretos de la creación,
y años más tarde, así se apartó del mundo, habitando en la realidad de su música. La luz transparente, líquida,
lejana de la Luna lleva esas partituras en sus largos túneles, las violas da
gamba producen silencio, el paso de una nota a otra, deja una pausa, un espacio, la
continuidad lleva dentro respiración, la música fluye inhalando, exhalando. La
ciencia no sabe de eso, el progreso no tiene tiempo, invaden lo sagrado y claman
grandes avances para sus minúsculos fines, se embriagan con la estridencia del
poder, y no saben eso, no lo saben.
En el centro de esa diosa,
de esa Luna, los conciertos suenan, los cantos se enredan, el agua de la Luna
son lágrimas, los cráteres son súplicas, y esa oscuridad en la que flota, ingrávida
y magnifica, es mi alma. No han llegado a la Luna, han entrado en otro grado
de codicia, y entre más la ambicionan más la pierden. La poesía no es para los
que alcanzaron la gloria, no, la poesía es para Sainte-Colombe, para Marais,
para los que estamos solos. La Luna no necesita al Sol, y es falso que brilla
con su luz, el Sol es fuego, la Luna es música, el Sol finge abrazarte mientras
te calcina, la Luna es la perdición de las tormentas. Nació antes que la Tierra
y antes que el Sol, los vio llegar mientras esperaba a que Sainte-Colombe
naciera, en su centro laberíntico, vientre y cráneo, vibraban sus partituras
que escapaban por los cráteres, se las entregó bañándolo con luz, entonces la música
fue para la soledad del alma.