“Mientras una soberbia antigua suele engendrar una soberbia
nueva” dice el coro en La Orestíada de Esquilo, advirtiendo la
tragedia que inundará de sangre la casa de Agamenón. Pasó el tiempo de la
tragedia, hoy son tiempos moralígenos, somos una civilización soberbia,
despreciamos las pasiones, los maniqueos señalan lo bueno y lo malo. En el
Teatro el Galeón presentaron La Orestíada
en una versión del dramaturgo inglés Robert Icke, dirigida por Lorena Maza. Es
teatro a la medida de la fácil psicología contemporánea, “cristianizado” con personajes
“más humanos”, es decir, más mediocres, sin heroísmo. La anécdota no fue
adaptada, fue simplificada, reducida a la estatura de un pensamiento incapaz de
retar a los dioses al enfrentar a su destino.
En la versión de Esquilo, la acción se desata cuando
Agamenón sacrifica a su hija Ifigenia para ganar la Guerra de Troya, que ya
lleva diez años de infortunios, la ata como a una cabritilla y la degüella, los
dioses y Zeus son testigos de la sangre negra en el altar. Es tal el horror que
Agamenón pide que la amordacen para que no lo maldiga. En ésta versión
políticamente correcta, Agamenón, “va al trabajo”, platica con sus hijos,
Electra, Orestes e Ifigenia, les pregunta “cómo estuvo su día” y cenan en
familia, el sacrifico de Ifigenia no existe, en una dulcificación apta para una
serie de televisión, le recetan unas pastillas y muere dormida. Patético. La grandeza
del sacrificio, ritual y dramático, se sustituye con una descripción efectista
de las sustancias y las reacciones corporales.
Clitemnestra y Agamenón son una pareja de telenovela, tienen
una larga e inútil discusión sobre el asesinato de Ifigenia de “no la mates” y
“si la mato”, que obviamente no llega a nada. El juicio de Orestes por matar a
su madre parece terapia de las constelaciones familiares. Las actuaciones algunas
son sobresalientes y compensan a los actores jóvenes esforzándose en parecer
unos niñatos rebeldes, el asunto es que con un texto traicionado la tragedia se
degrada en nota roja. La familia de Agamenón no es una familia de tantas, es
mítica, y cada uno representa a un arquetipo intemporal, si lo “adaptan” lo
caricaturizan, y la tragedia es desproporcionada para un personaje
pedestre.
La escenografía sobre
una larguísima mesa, recurso muy copiado del teatro polaco de hace años, y con
elementos de arte VIP, imita los trapos
manchados con “sangre de cadáver” que Margolles llevó a la Bienal de Venecia, y
en el piso la grieta que se abre de Doris Salcedo de la Sala de Turbinas de la
Tate, en el colmo de la literalidad como es una familia fracturada, pues la grieta,
y como hay muchos muertos, pues los trapos, la metáfora aniquilada por la
actualidad. Los clásicos adaptados pueden ser muy certeros porque su poesía y
filosofía son intemporales, Hamlet de Shakespeare es una versión excelente de
Orestes, en esta versión de Ike el texto
aniquila a la poesía. Es tiempo de ser correctos, resolver la vida con ansiolíticos y omeprazol.