Ninguno de los dos
hace sus obras.
La obra maestra de Duchamp, el readymade, abrió la
posibilidad de que los artistas con el poder de su mente o lo que el curador
diga, conviertan cualquier cosa en arte y no hagan sus obras. La obra de Koons está
realizada por un equipo creativo que busca las cosas y anuncios que van a
plagiar, hacen las combinaciones y los envían a las factorías. Los dos están
imposibilitados de hacer lo que designan como arte, porque como ha confesado
Koons, nunca “tuvo la habilidad para
hacerlas, por eso contrata a los mejores”.
Los dos son plagiarios.
El mingitorio, la
obra maestra de Duchamp, es un plagio, la autora fue la baronesa Elsa von Freytag-Loringhoven.
Elsa le envió la pieza con una carta explicando que era una protesta por los
crímenes de la Primera Guerra Mundial y le pidió que la inscribiera en el
Armory Show, Duchamp no lo hizo y se la robó, es una leyenda eso de que estuvo
en exhibición y la eliminó el jurado, fue un mito que Duchamp inventó, la informacióncompleta está aquí. Koons gasta una fortuna en abogados que lo defienden de las
numerosas demandas por plagio, como el fotógrafo de cigarros Marlboro,
publicistas, y otros artistas. El plagio es sintomático de la mediocridad, un
robo que el arte VIP eufemiza como “apropiación”, y permite que una persona incapaz
de desarrollar una idea y llevarla a cabo, pueda pasar por artista.
Los dos explotan el
mal gusto.
La fórmula es muy elemental, Koons elige lo que la masa
consume y lo lleva a proporciones elefantiásicas, la vulgaridad es el concepto
de su obra, las fotografías que se hizo con su esposa la Ciccolina, y sus “pinturas”
son la muestra de hasta dónde puede llevar su obsesión por la más fácil de
consumir. Duchamp elige lo más “usado”, ruedas de bicicletas o secadores de
botellas, y las anuncia como arte. La inscripción que hizo en el cromo de la Gioconda
es una obscenidad homofoba.
Los dos tienen un
discurso superficial e inmediato.
Los teóricos se encargan de decir que hacen una crítica al
consumo, al deseo, la sexualidad o lo que sea, el trabajo de los curadores VIP es
inventar conceptos hasta de lo más irrelevante como una ridícula bailarina
inflable.
Los dos están
sobrevalorados en el mercado.
El conejo metálico de
Koons subastado por 91 millones de dólares fue comprado por Steve Cohen, el mismo inversor que en su momento dijo que
el tiburón en formol de Hirst le había costado 13 millones de dólares y más
tarde trascendió que la cantidad fue mucho menor. En la venta de un perro metálico
de Koons en 59 millones de dólares se supo que el mismo artista estaba entre
los compradores. Duchamp está sobrevalorado como artista, como teórico y ya no
digamos en precios, él se dedicó a firmar mingitorios, y lo que se pague por
esas cosas, es mucho.
La obra de los dos no exige un mínimo de
esfuerzo intelectual.
Obviamente al mirar un readymade, un objeto prefabricado que
es parte de lo cotidiano, no pide ningún análisis contemplativo y mucho menos
algo como un mingitorio. Los objetos de Koons sacados de los más burdo y
comercial, inspirados en baratijas o plagiados de anuncios publicitarios tan
mediatos como los cigarros o el alcohol, no requieren de un compromiso con la observación
y el análisis, y ese es el atractivo que tiene para el arte VIP, la simpleza y
la falta de dificultad disfrazada con un texto curatorial y con la imposición
de los historiadores y el mercado que las utiliza para especular con millones
de dólares.
Las dos obras funcionan
como propaganda de la economía del neoliberalismo
La economía de llevar
a precios descomunales objetos sin valor en una alteración artificial de la ley
de la oferta y la demanda.
En el caso de los dos, sus obras únicamente significan que
el comprador es rico, no que sean arte. La exposición es la oportunidad de
entender por qué el arte está al nivel de las baratijas y por qué estamos en
una sociedad que huye de la complejidad intelectual y se refugia en la
estupidez como solidaridad tribal.