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Max Beckmann |
Condenado a muerte por dudar, por cuestionar para llegar a
la sabiduría, para recorrer el camino de la existencia con la guía de las
ideas, esa aventura pervertía a los jóvenes, Sócrates bebió la cicuta y en cada
sorbo su filosofía se volvía eterna. Las preguntas que evadimos acorralan
nuestro ser, son las que no escuchamos, saberlas nos obligaría a actuar, y en
eso está el inicio de las renuncias postergadas. Crear un autorretrato, pictórico
o literario, es el enfrentamiento con esas preguntas, con la incógnita expuesta.
En la Neue Galerie de Nueva York,
muestran The self-portrait from Egon Schiele
to Beckmann.
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Felix Nussbaum |
Retratarse es condenarse, decirle al mundo cómo nos vemos, lo
que de nosotros mismos negamos o conservamos, decir “soy la obra que rivaliza
con este ser”, lejos de la certeza, el rostro muestra las dudas que lo hacen
inexacto, representado, inventado. Lo más inaccesible es el rostro con el que pasamos
por estos días, y el rostro que dejaremos al irnos con la evolución que inició
con la amorfa hinchazón de la infancia hasta el bagazo que la vida arroja. Felix
Nussbaum pinta las pesadillas de su pasado, recupera al hombre que las vivió, y
los rasgos de la tortura en el campo de concentración del Genocidio en la
Segunda Guerra Mundial. El pequeño formato, el detalle del estilo renacentista,
indaga pro qué sobrevivió después de la muerte de su familia y sus amigos, y asì
continuar sin paz, sin consuelo. El traje, el muro y la torre de vigilancia, en
la ropa la estrella bordada de la condena, en la mano su identificación, en la
mirada el miedo.
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Oskar Kokoschka |
Oskar Kokoschka se señala, su mano en el pecho responde “yo
soy esta mano”, la herramienta del artista, esa mano educada que obedece a la
mente, se mira y nos mira, el interrogatorio está en el espejo y termina en el
espectador. El espejo es el escenario de todas las existencias, ventana
infinita que nos retiene. Nuestro rostro es el primer y último extraño al que
nos enfrentamos, el artista que se autorretrata analiza y juzga, es trágico no
saber cómo nos ven los demás, desde el desprecio o la idealización, la idea del
yo es distinta a la que nuestros testigos albergan. Max Beckmann entre
geometrías, las rayas de su bata, las líneas de la ventana y la puerta, las
curvas de la trompeta, su pincelada enérgica y la sombra del rostro, oculto, la
mirada de reojo, desde su exilio escucha el escándalo de la tragedia. La voz
interna, esa que llamamos consciencia, el diálogo que conduce nuestros
pensamientos, es el sonido de un autorretrato, que no mostramos, que subsiste hasta
que no nos ofrecemos respuesta, réplica, el día que dejamos de escucharnos,
dejamos de mirarnos. . Las contradicciones, los recuerdos, regresan con esa
voz, el silencio no existe, habla y habla, autoritaria dicta cada trazo, diseña
un ser humano, la pintura calla, y la voz sigue. La soledad es la que posa, la que pinta, la que se queda ahì detenida en el tiempo, presa. Testimonios de la
evanescencia, perduran, terminados no necesitan al modelo, ni al artista, dejan
de ser personales, ahora son ficciones, versiones y variaciones, la realidad
rivaliza con la memoria, y pierde, desperdiciamos la vida, y nuestros recuerdos
naufragan en repuestas inútiles y vanas.