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ROLAND TOPOR, Dibujo. |
La anticrítica narcisista es un movimiento ideológico populista que con resentimiento,
violencia y cinismo rechaza toda forma de análisis descalificando a los
críticos y pensadores que expresan sus ideas. Repudia cualquier cuestionamiento
con el lugar común de los enemigos del
raciocinio y alcanza todos los ámbitos, desde el poder hasta el arte, cita
textual: “la crítica es un término inexistente, porque para juzgar a un pintor,
para ver pintura hay que verla con los ojos de un pintor y para eso hay que
haber pintado”. Llamar “término” a una disciplina, y además negar su
existencia, describe la torpeza de esta clase de afirmaciones. Es una corriente
que intenta amordazar la generación de pensamiento, decir “la crítica es un
término inexistente” demuestra una censura ignorante de la estructura del
conocimiento humano, que se sostiene en un proceso de duda y crítica. La
represión anticrítica narcisista, impedida para el diálogo, afirma que no
podemos hablar de cine, música, literatura, política, artes plásticas, arte VIP,
cocina o lo que sea, porque no somos cocineros o cineastas o políticos. El crítico
es antes que nada un espectador y un observador, analiza y fragmenta todos los
elementos de la obra o acción y estudia lo que muchas veces no ve el autor, que
no hace distancia de su obra o de sus acciones. Descalificar a la crítica con un
argumento obtuso exhibe el ancestral miedo del totalitarismo por el pensamiento
libre, imponiendo un estado de apatía, ignorancia y sumisión ideológica.
La utopía de los anticríticos narcisistas es dirigir desde
su dogmatismo, ignorancia y sus prejuicios a la opinión, implantar una sociedad manipulable, que acepta con
pasividad cualquier precepto y decisión, y que el conocimiento deje de
evolucionar para estancarse en las mediocres posibilidades de una ideología que
vive para sus “verdades absolutas”. El anticrítico narcisista no quiere verse
en el espejo de la crítica, descalifica para minimizar una voz que no quiere
oír, en el maniqueísmo de su egolatría señala como enemigo al pensamiento
distinto a sus verdades absolutas. Extirpando al pensamiento crítico, los
pintores son los únicos que pueden hablar de pintura, se acaba el análisis de
la Historia del Arte; sin hablar de del poder, se acaba la Historia misma, que
para existir depende de la crítica y la evaluación. Quemen todos los libros de
filosofía, que en esencia es crítica.
La crítica no necesita ni la aprobación, ni el consenso, ni
el permiso de ninguna ideología para existir. Los anticríticos narcisistas y su
intento de reprimir a la libertad de disentir, encontrarán la resistencia de un
pensamiento que no está al servicio de su causa ni de su dogma. Evidentemente
“la crítica es un término inexistente” para los que no quieren ver, pensar,
analizar y disentir, para los anticristos narcisistas, es suficiente el domesticado
monólogo de su propia voz.