martes, 31 de diciembre de 2019

DESERT MUSIC


Théodore Géricault, Study of feet and hands
El arte es para vomitar a la realidad, para llevarla adentro, tocando lo más oscuro y sacarla, talvez más terrible, talvez más insoportable. La existencia no tiene tiempo, ni siquiera es nuestra, pensamos que la vivimos, que le damos un sentido y desde ese punto en que no podemos cambiarla nos demuestra que estar aquí, que ser lo que creemos que somos, es una ilusión de nuestra vanidad. Entonces llega el arte y nos enfrentamos a algo que nos deja vivir, sentir que se puede cambiar un ápice nuestra insuficiente condición. La pesadilla intemporal y eterna de la frontera mexicana, ese lugar del tránsito penitente, en el que la degradación se concentra infranqueable, agujero  claustrofóbico del que sólo se escapa con un poema, canta William Carlos Williams, ante un cadáver sin piernas y sin brazos que podría ser un huevo o un montón de harapos, “¿Cómo decir lo que ha de ser dicho?” “Solo el poema”.
“Solo el poema” y el poema está sólo, y el arte está sólo y la creación está sola, y vivimos esta realidad, la padecemos, mentirosos decimos que la gozamos, falseando creemos en lo que hemos hecho de nosotros y en el puente entre el Paso, Texas y Ciudad Juárez, el poeta ve un cadáver. “Solo el poema medido con exactitud, imitar y no copiar, la naturaleza: no copiar la naturaleza” el arte no copia, imita, observa, aprende, se traga eso que desea y lo vomita, y ahí está la obra, ahí está la realidad y así, como leer un poema o como ver un dibujo, entendemos algo, intuimos que por fin, eso de tan insoportable tiene explicación, tiene que estar ahí, en ese instante y ser para nuestro ser, ser para el arte.
Los que no quieren ver dicen con parca ignorancia “pintura retiniana” negando la presencia de los sentidos en la  contemplación, los sentidos que nos obligan a tragar esa realidad y nos empujan a asimilarla pedazo a pedazo con un poema o un dibujo. Detenidos, esperamos el símbolo que contiene esa cotidianidad que no soportamos, balbuceamos la metáfora que la sublima, refugiados en el artificio de la forma, podemos soportar lo que nos es dado, lo que nos ha condenado, y acumulamos en la memoria poemas, imágenes, música que significan el todo que nos acorrala, y así, adoramos aquello que aborrecemos.  La prostituta que baila grotesca, los gringos borrachos y a Williams “se le atraganta el poema” porque debe salir, debe ser expulsado  así con la violencia en que entró esa suciedad, ese cadáver. “No consigo escapar” “No consigo vomitarlo” “Solo el poema escrito, el verbo lo trae al ser”. La belleza, la presencia misma de la obra, es un cuerpo destazado, el artista toma sus pedazos y los lleva al color, los reúne en palabras, los desbarata en música, y sobrevivimos gracias a esos despojos.
El arte, sacarlo todo, no cargarlo dentro, dejarlo atrás convertido en poema, en algo que ya no es ese momento, que es todos los momentos, que se queda ahí, triunfando sobre este espanto que no comprendemos, “una agonía de la autoconciencia”  y que nos seduce, nos convence, de que esa agonía tiene sentido, recompensa y final, mientras alarga el camino sin salida.

jueves, 26 de diciembre de 2019

EL IRLANDÈS

Julius Caesar  British Museum V1

Hay que temer a la envidia, más que a la fuerza del ejército enemigo. Hay que temer a la propia codicia, más que a la codicia del enemigo y hay que cuidarse de lo aliados, de ésos que nunca mostrarán el rostro mientras sacan la espada, es la esencia de Julio César y es la escuela del Príncipe. Las ruindades y glorias del poder, sus putrefactas entrañas y el camino más certero para alcanzarlo está en los versos de Shakespeare y en la tesis de Maquiavelo.
El Irlandés, película de Martin Scorsese, la descripción de la arrogancia del poder parece inspirada en las dos obras del Renacimiento, de ese periodo de la Historia en que la elocuencia y el asesinato fundaron imperios. El líder sindical Jimmy Hoffa, como Julio César, se deja arrastrar por su propia demagogia y egolatría, populista que conoce los sentimientos que desatan la lealtad de la masa, sabe que la venganza de clase es un deseo que nunca se sacia, y que prometerla genera una lealtad inquebrantable. El personaje de Al Pacino es el líder esperpéntico y ridículo, oratoria inmediata, su constate dar y dar, en la medida en que crece la fe, aumenta su miedo. En el poder no hay lealtades, hay oportunidades, el servilismo se transforma, los privilegios no compran la seguridad de mantener la corona y la vida.  Marco Bruto, leal servidor, lleva la acción, Robert de Niro, tiene encomendada la vida del líder y será él quien deba quitársela. Casio, Joe Pesci, intriga, y trama la solución que desde el Renacimiento hizo de la política el arte del asesinato, el líder que rompe con el equilibrio del poder adelanta su caída.
 El Irlandés es una narración intemporal, magistralmente contada, con momentos pictóricos en su construcción, internada en la decadencia social de la que somos incapaces de escapar por esa arrogancia que se empeña en creer en líderes mesiánicos que se convertirán, gracias a la fe ciega, en tiranos impotentes.
 Maquiavelo nos advierte la diferencia entre ser un príncipe temido o amado, que el príncipe demasiado benévolo deja que el reino caiga en la violencia y la rapiña, es fácil de invadir y dominar, y su pueblo terminará por perderle el respeto. El balance ideal es ser al mismo tiempo temido y amado, es muy difícil de lograr, entonces se debe elegir ser temido, el ejemplo es César Borgia, con crueldad consiguió unificar su reino. En El Irlandés, el líder es temido y justamente lo asesinaron sus cercanos, los que él amaba. La corrupción es el gran personaje, el orgullo del gremio, la idiosincrasia folclórica de la clase que detenta la fuerza de manipular y decidir. La anécdota “histórica” que pueda ser el argumento describe cómo el Renacimiento o el sindicalismo norteamericano de la época de Kennedy, o el populismo actual, tienen la misma conducta y comparten el drama de las verdaderas motivaciones de la ideología. Dictadores, príncipes, sindicalistas, o líderes populistas, ahí están todos, cada siglo, devorando los cadáveres de sus antecesores, construyendo sus tumbas con las ruinas de sus estatuas.

lunes, 16 de diciembre de 2019

ZAPATISMO DE MEDIOCRES


 El valor artístico de una obra no es una apreciación moral, es una apreciación estética. “No hay libros morales o inmorales, hay libros bien o mal escritos” dijo Oscar Wilde, aquí se aplica perfectamente: no hay pinturas morales o inmorales, las hay bien o mal realizadas, y la pintura de Zapata es una pésima obra. Es inconcebible que esa pintura  estrepitosamente mediocre esté colgada en el Museo del Palacio de las Bellas Artes en la CDMX en la exposición Emiliano Zapata después de Zapata. En la pintura aparece el caudillo desnudo, muestra la nula capacidad simbólica del autor para manifestar una idea, llevándola a la inmediatez vulgar para llamar la atención, fue seleccionada por la torpeza y la vanidad curatorial, apoyada por la irresponsabilidad burocrática. El disgusto social no es polémica, llamarle así es disfrazar un gran error institucional por la selección de una pintura se burla de la supuesta homosexualidad de Zapata, y denigra la sexualidad no sólo de ese hombre sino de toda la comunidad LGTB.
El hecho de que un héroe histórico tenga determinada sexualidad no es motivo para ridiculizarlo, y con esta obra el homenaje se convirtió en un juicio injusto para Zapata y para la comunidad LGTB. La moda de “bajar a los héroes de su pedestal” inicia con su sexualidad, porque eso los debilita, hace que pierdan la fortaleza que los mitifica, acercándolos a lo humano, el asunto es que burlarse de su sexualidad no es humanizarlos, es degradarlos como sucede con cualquier persona sea o no un personaje histórico. Ridiculizar a un símbolo, por ejemplo cuando la afectada es la imagen de la Virgen de Guadalupe, desata la previsible protesta y los responsables se hacen las víctimas y dicen que son perseguidos por la censura, y en la mayoría coinciden con que las obras carecen de mérito estético y su único contenido es el golpe gratuito.
Los símbolos tienen un valor intangible, individual y colectivo, ese valor merece respeto, eso es de elemental convivencia social, no se trata de censura, es cordura, la exposición es un espectáculo público, pagado con los impuestos de todos, y es injusto que pidan respeto para una pintura mediocre que sabían que iba a ofender a un grupo de personas. La exposición podría haber pasado sin mayor atención del público, hoy es noticia gracias a una pintura de ínfima calidad, eso describe los verdaderos fines de los museos, que buscan el escándalo para acarrear gente. Los directivos del museo intencionalmente eligieron una obra para causar problemas, así que dejen de llamar a la “tolerancia” y el “respeto por todas las manifestaciones”.
Esa obra con su abrumadora mediocridad le falta al respeto a Zapata, a la comunidad LGTB que tanto ha luchado por  la dignificación de sus valores y le falta al público que merece ver obras de calidad en un espacio como ese. Hicieron famoso a un pintor mediocre, ya se hicieron las víctimas, si esta es la “cultura para el pueblo” se ve que tienen al “pueblo” en un concepto despreciable.

martes, 10 de diciembre de 2019

BANANA OBSESSION

Maurizio Cattelan 2019 
 La revelación ha llegado, el subconsciente emerge de sus oscuras cámaras y sin pudor exhibe sus inclinaciones: los artistas contemporáneos VIP tienen fijación oral con las bananas o los plátanos o como su mercado les llame. En las fiestas bacanales de las ferias de arte lo han susurrado, desde la portada de Andy Warhol para Velvet Underground, la cáscara en el piso de  Jeanne Silverthorne, y el camión con una tonelada de bananas de Paulo Nazareth en Art Basel, que narré en mi blog https://www.avelinalesper.com/2011/12/banana-affaire-art-basel-2011-miami.html, ahora se suma a esta lista de patologías la “escultura” de Maurizio Cattelan: una banana pegada con cinta adhesiva a la pared. La obsesión oral responde a la dependencia que tienen estas obras con el texto, éstas bananas simbolizan la densidad intelectual que los expertos y curadores meten en las bocas, cerebros y cuerpos de los artistas para que puedan justificar sus obras, sintetiza la relación artista-curador-galería. La obra significó un gran esfuerzo para Cattelan, así debe ser, si algo caracteriza a este tipo de obras es que todas están por encima de las posibilidades de los artistas, después de “un año de trabajar en ella”, de escoger entre las docenas que estaban en el mercado, optó por tres piezas que él consideró masterpieces y dos más como “pruebas de artista, artist’s proofs”. 
Paulo Nazareth 2011 
 La sabiduría de los artistas es innegable, el mercado del arte, en sintonía con el mercado de bananas, le dio la razón y tres compradores, entre ellos un museo, la adquirieron por 120 mil dólares. Los compradores preguntaron si la banana-obra tiene instrucciones para conservarla y la galería respondió que recomendaban cambiarla cada semana “como sucede con las flores”, lo que no aclaran es cuál es el criterio para sustituirla, muy madura o media verde, muy amarilla o un poco oscura, se pega a la pared con la curva a la izquierda o la derecha, tampoco indican cuántas veces se puede sustituir, lo ideal es que un curador de una asesoría especial a cada coleccionista y de seguimiento al proceso de la obra, recordemos que Cattelan dedicó un año para tomar estas decisiones y eso que es artista, imaginen para un neófito millonario, esto es casi imposible. Es una lástima que en la Biblia, Eva se come una manzana porque si se ha comido una banana sería la santa patrona del arte VIP. 
Jeanne Silverthorne (2007) EUA 

Los teóricos bananeros del paradigma del arte contemporáneo VIP se podrán tragar, ahora sí, todas sus tesis, esta obra confirma los orígenes y los fines de este estilo: el arte VIP es la democracia de los estúpidos, al ser mayoría merecían ser ellos los que dirigieran el destino del arte. El performancero que arribó a la feria y se comió la obra ratifica el análisis, “me comí a la obra y su concepto”, y agregó “no soy un ser humano normal, soy un artista, un performancero, no estoy comiendo una banana, estoy comiendo arte”, este genio merece compartir un día su tumba con Duchamp y que la limpie Marina Abramovic. Es una lástima que el resto de los artistas VIP, que esperan con ansias Art Basel Miami, y piensan sus obras durante un año completo, dudando entre llevar calcetines, platos rotos, vómitos, etcétera, no se les haya ocurrido a todos, en una epifanía colectiva, llevar una banana. Esto pasa por no seguir en consejo de su psiquiatra y sacar en la terapia todas sus fijaciones, se habrían atrevido a “hacer” una obra que de verdad representara su vida,  eso es lo que buscamos del arte. 120 mil dólares no son suficientes para que esto se consagre, falta que una universidad abra la cátedra arte bananero, o la ontología de la banana o resistencia social y bananismo, y den doctorados. La dictadura de la estulticia cotiza en la bolsa de valores.