Coronas con esmeraldas para vírgenes que lloran descalzas. Serpientes
enroscadas en los brazos, antídoto dorado para venenos promiscuos del imperio
bizantino. Espadas de reyes, falo filoso, y largo, arma memoriosa y vengativa.
En la creación de una joya hay escultura y mito, los materiales son la búsqueda
de lo excepcional, brillo, pureza y la penuria para obtenerlos. El amasiato de
la muerte y la belleza, diamantes y piedras preciosas, perlas limpias o
barrocas, metales preciosos, son vidas, detrás del preciosismo hay cadáveres,
es el precio que pagan unos y gozan otros. Anillos en pies y manos, amarrados a
pulseras y tobilleras, coronas con cadenas que cubren el rostro, deslumbra el
ser que se impone el castigo vestir con riqueza dolorosa, convertirse en
intocable, hafefobia fastuosa, retirarlas es ritual tortuoso, debajo del esplendor
está la ruina. Las armaduras cubrían la cobardía, los báculos demostraban
rencor, las gargantillas protegían de la venganza. La cota de malla de Alexander
Mcqueen, inspirada en las medievales, cristales rojos de Swarovski montados en
aluminio, vestuario sadomasoquista, dominatriz que excitaría Felipe IV el
puritano paladín del catolicismo, que alardeaba mostrando sus purulentas pústulas
pudriéndole el cuerpo, materiales modernos para un diseño ancestral, cuando la
peste arrancaba las condecoraciones de la guerra. Las piezas realizadas con
lápices, esperma, alambres, la modernidad que desacraliza, honrando a deidades
estériles de promesas, mitos y altares, la única superstición que nos sobrevive
es el reciclaje de la intrascendencia.
domingo, 3 de febrero de 2019
EL TESORO EN EL CUERPO
En la cabeza la filigrana de oro tejida por artesanos,
incrustada con las esmeraldas de mineros esclavos, la corona es aura pesada que
eleva la cabeza y deslumbra a los envidiosos dioses. El cuello ahorcado con la
hilera de perlas, en la garganta que canta vaticinios y palabras adoradas. Las
leyendas de la estirpe labradas en un pectoral de fuerza, herencia, zafiros, leones,
torres y campos que la rapiña conquistó para engolfarse. El ser humano padeció la vulnerabilidad de su
cuerpo y se refugió en el fetichismo de las joyas que ahora está expuesto en el
Metropolitan Museum de Nueva York. El cuerpo viste, calza, traga y respira, bebe
y transpira, se enferma, se retuerce de placer y dolor, es un cofre abierto cargado
de joyas, para protegerse demostrando poder, infalibilidad, hechizo, seducción,
o una fe que pende en un yugo, en una condena sin perdón. Expulsado del Paraíso
se vistió, no con pieles o con rudos textiles, no, fue una sortija que le
traería eso, sortilegios, la protección mínima, urgente, ante el miedo a la perversa
realidad, inventada por los dioses para divertirse con nosotros. Tiaras y
cadenas barrocas de dioses sensuales y valientes de la India, cuidan
fertilidad, juventud, emanaciones
sobrehumanas de fuego y aire.
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