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Théodore Géricault, Study of feet and hands |
“Solo el
poema” y el poema está sólo, y el arte está sólo y la creación está sola, y vivimos
esta realidad, la padecemos, mentirosos decimos que la gozamos, falseando
creemos en lo que hemos hecho de nosotros y en el puente entre el Paso, Texas y
Ciudad Juárez, el poeta ve un cadáver. “Solo el poema medido con exactitud,
imitar y no copiar, la naturaleza: no copiar la naturaleza” el arte no copia,
imita, observa, aprende, se traga eso que desea y lo vomita, y ahí está la
obra, ahí está la realidad y así, como leer un poema o como ver un dibujo, entendemos
algo, intuimos que por fin, eso de tan insoportable tiene explicación, tiene
que estar ahí, en ese instante y ser para nuestro ser, ser para el arte.
Los que no
quieren ver dicen con parca ignorancia “pintura retiniana” negando la presencia
de los sentidos en la contemplación, los
sentidos que nos obligan a tragar esa realidad y nos empujan a asimilarla
pedazo a pedazo con un poema o un dibujo. Detenidos, esperamos el símbolo que
contiene esa cotidianidad que no soportamos, balbuceamos la metáfora que la sublima,
refugiados en el artificio de la forma, podemos soportar lo que nos es dado, lo
que nos ha condenado, y acumulamos en la memoria poemas, imágenes, música que
significan el todo que nos acorrala, y así, adoramos aquello que aborrecemos. La prostituta que baila grotesca, los gringos
borrachos y a Williams “se le atraganta el poema” porque debe salir, debe ser
expulsado así con la violencia en que entró
esa suciedad, ese cadáver. “No consigo escapar” “No consigo vomitarlo” “Solo el
poema escrito, el verbo lo trae al ser”. La belleza, la presencia misma de la
obra, es un cuerpo destazado, el artista toma sus pedazos y los lleva al color,
los reúne en palabras, los desbarata en música, y sobrevivimos gracias a esos
despojos.
El arte,
sacarlo todo, no cargarlo dentro, dejarlo atrás convertido en poema, en algo
que ya no es ese momento, que es todos los momentos, que se queda ahí, triunfando
sobre este espanto que no comprendemos, “una agonía de la autoconciencia” y que nos seduce, nos convence, de que esa
agonía tiene sentido, recompensa y final, mientras alarga el camino sin salida.