domingo, 16 de diciembre de 2018
THE HEAD AND THE LOAD
La guerra exhibe sus crímenes para alcanzar la victoria y
los oculta para alcanzar la posteridad. Los cien años del final de la I Guerra
Mundial marginaron de los himnos a las víctimas de la estrategia política y militar,
las armas químicas fueron parte de la crueldad del progreso tecnológico, la
violencia política se encubrió en los ideales para destrozar a los enemigos y a
los aliados, y detrás de ese teatro del horror, el racismo enlistó batallones
para ser asesinados. El genocidio de más de un millón de soldados negros de África,
que participaron en su condición de colonias de los imperios en guerra, fueron
utilizados para las tareas más duras hasta ser masacrados como escudos humanos
cubriendo el frente.
William Kentridge estrena en Nueva York su ópera The Head and the load en el Drill Hall del
Armory, con bailarines, cantantes, esculturas móviles, músicos, proyecciones de
video en un enrome escenario. Los grabados, dibujos y collages de Kentridge son
proyectados como escenografía de la tragedia, los cantos y los diálogos se prolongan,
son el grito visual que no quiere escuchar la Historia. Enemigos y aliados,
manipularon más de un millón de seres humanos, en los archivos las causas de muerte
aparecen como desconocidas, y los dibujos se funden con las sombras de los
actores. En el sin sentido de la vida, el libre albedrío se arrodilla ante la fosa
común de la trinchera, Shakespeare humanizó la tragedia histórica, la voracidad
y la impotencia de Ricardo III se consuma
en la muerte de miles de soldados, Kentridge alcanza esa poética y los nombres
que no tuvieron espacio en los registros cantan en esta ópera, la carrera hacia
la muerte de los soldados es una danza agotadora, el rostro del que sabe que va
al encuentro de su último instante, perdiendo su nombre, su fe y su aliento.
La belleza de las obras de Kentridge, el contraste de sus
dibujos y grabados sobre páginas de libros, archivos, periódicos, papeles
“socializados” de contenido utilitario, sirven de soporte para pájaros, siluetas
de bailarines, animales, dibujos de sus esculturas y objetos, es el contraste
entre la vulnerabilidad del ser y su conciencia, ante la anestesiada maquinaria
de la civilización. El arte en su universalidad significa sin esquematizar una
ideología o un momento, el arte no es de este o de otro tiempo, está en las
preguntas que seguimos investigando que aun tratamos de responder, por eso la
creación y la contemplación continúan.
Los dibujos de los pájaros en animación reciben los disparos
que matan a los actores y bailarines, con una partitura ecléctica, los
cantantes con voces profundas y dolorosas, es la poesía que se niega a ser
panfletaria, que manifiesta el abuso histórico y político, sin caer en el
facilismo contemporáneo del chantaje y la inmediatez. Kentridge es Shakespeare,
sabe dimensionar a los seres humanos, y sabe llevar su obra al límite de una
época que continúa enalteciendo las victorias que sacrifican la belleza en el
altar de la ideología.
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