domingo, 14 de octubre de 2018
EL INSOMNIO DE BACH
No quiero dormir, la noche se acaba, el silencio no espera, que
no llegue el sueño, que no aparezca. Música para alejarse del sitio inasible de
la inconsciencia, ¿por qué debemos dormir? ¿En qué lugar está el sueño, a dónde
se va cuando termina? No quiero dormir. Bach compone unas variaciones,
ejercicios, tal vez inspirados en las pesadillas de Domenico Scarlatti, Essercizi de 1738, estudios,
repeticiones delirantes que destrozan el sueño. La inspiración no son los
ejercicios, es el insomnio, el silencio.
El Conde Keyserlingk abducido por el insomnio le entrega sus noches, Bach le
hace un regalo, le compone un motivo para no dormir, las Variaciones para clavecín, fingir que un hechizo lo exilia del
descanso, y seducido por el desvelo, dejarse abrazar por un amante, rendirse, escuchar.
En su habitación, la voz ansiosa del Conde pide con sed y miente, música,
música, la acompañante de un apetito que nunca será satisfecho. Bach tampoco
duerme, el insomne alarga la vida, destierra la inerte entrega a las
alucinaciones que se evaporan, atrayendo los augurios de un oráculo no
convocado.
En el mismo orden detallado de los ejercicios delirantes de
Sacrlatti están escritas las Variaciones Goldberg,
y el joven organista sale de su cama, se viste con una bata de terciopelo,
habita en una pequeña cámara al lado de las habitaciones de Conde, es una caja
de música viva, esclavo virtuoso, adicto a la repetición, a la trampa de la
interpretación, presintiendo el momento en que pedirá de nuevo el Aria. El
palacio del Conde se trasformaba en las Carceri d'invenzione de Piranesi, en
esas escaleras sin destino, celdas sin puertas, dentro del cráneo, sarcófago
sordo, que se cierra por dentro, que permite que la música resuene y se
concentre en un laberinto de memorias. “La tenebrosa guerra, que con negros
vapores le intimaba” Sor Juana tampoco duerme, escribe para ahuyentar el sueño,
los que no descansan leen y escuchan, para que los párpados no oscurezcan el
camino y mantenerse alerta de que la vida no se evada.
El clavecinista, Gottlieb Goldberg alumno de Bach, aprendió
a no dormir, esperar el silencio absoluto de la noche y abrir el espacio para
que la música inunde el tiempo, ama al Conde, le agradece su vicio, lo cuida en
esclavitud gozosa, y con cada interpretación es más virtuoso, y en cada acorde
alcanza el éxtasis que nos multiplica el presente, la única vida. Las ejecutaba
a los 14 años y murió a los 29, en esa cámara, con su clavecín y la voz del
Conde, “al reposo de los miembros, convidaba, el silencio intimando a los
vivientes, uno y otro sellando el labio oscuro, con indicante dedo, Harpócrates
la noche silenciosa”. El silencio, deidad musical, filosófica y poética,
Harpócrates bendiciendo a Bach con
noches largas, a su altar infinito y efímero le ofrendó las Variaciones, perdurar en cada instante
quieto, puro, limpio, “los átomos no mueve, con el susurro hacer temiendo leve,
aunque sacrílego ruido, violador del silencio sosegado”, la música es para el
silencio, persecución banal, reciprocidad amatoria que se extravía,
condicionada, se finiquita, el Conde la consagraba en sus conciertos, memorizar
las Variaciones, esperar los sonidos, la lealtad de su
respuesta, y en el abrazo, huir, “acosado de la luz que el alcance le seguía”.
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