domingo, 16 de septiembre de 2018

FANÀTICOS Y VACÌOS


El fanatismo crece, la obcecación domina,  las sectas y religiones se expanden y el arte sacro desaparece. La sociedad se ha volcado al narcisismo reduccionista, limitando la visión del mundo a la satisfacción consumista que señala la nueva cúspide del ser. En un individualismo condicionado por un éxito efímero, acotado  e intrascendental no hay sitio para las búsquedas inconmensurables y trascendentales. Los motivos de esta mínima búsqueda no son suficientes, la continuidad del arte sacro en todas las formas de la representación de lo sagrado,  se rompió con las revoluciones sociales que hicieron del progreso una creencia con beneficios que se convirtieron en sus propios valores.
El arte se “socializó” y las consignas sustituyeron a los misterios, el pensamiento del individuo sobre la misión que lo dimensionara ante el infinito quedó en la unificación masiva de las urgencias políticas, económicas y la moda. Destruyendo dogmas se impusieron otros más absolutistas, que arrastraron sus propias condenas. Las consignas cultivaron sus propios fanatismos, el premio y el castigo eternos se reemplazaron por el éxito y el fracaso social, inmediato, visible y  sometido a la jurisprudencia virtual de las redes, ese infierno reactivo del linchamiento instantáneo. El neoliberalismo detonó religiones que adoran las búsquedas consumistas y viscerales de la adicción al reconocimiento o al éxito. El arte sacro que durante siglos dio forma a los dioses, que inventó una narrativa sagrada que visualizaba principios filosóficos y poéticos,  no quería cambiar al mundo, ni hacer denuncias, tampoco escandalizar, deseaba mostrar el camino que guiara la contradicción de una estadía efímera ante un ente infinito.
El proselitismo místico ahora es proselitismo de consumo, las nuevas catedrales y templos parecen corporativos o aeropuertos, consecuentes con las creencias materialistas, la escultura y pintura sacras se limitan a comisiones que  no conmueven ni al artista ni al creyente. Es revelador de nuestra actualidad que un género completo del arte, que detonó movimientos como el Renacimiento o la creación de los centros ceremoniales prehispánicos, que llevó al paroxismo a la escultura, ya casi no existe, incluso las nuevas sectas y religiones con miles de seguidores, construyen templos gigantescos que parecen  casinos o naves espaciales. La Catedral de Nuestra Señora de Los Ángeles, en California, obra del premiado y cotizado Arquitecto Rafael Moneo, es un ejemplo de una construcción que podría ser la ampliación de un museo o unas oficinas. Las iglesias tenían una presencia “particular” es decir, nada se construía ni se diseñaba de forma semejante, eso las hacia reconocibles y les otorgaba la singularidad de evocar la dimensión de la fe y el silencio. En un espacio que si le retiramos algunos elementos lo podemos trasformar en estación del tren no es posible sentir que se ha llegado al lugar para estar con lo que se cree y se anhela.
 Absorbidos por la fe del éxito, siguiendo los mandamientos implacables del consumismo, dedicamos la  inspiración en construir un centro comercial, y las agujas que se elevaban para alcanzar el cielo, las estelas labradas, los vitrales, la ornamentación desmesurada, no tienen artistas, artesanos ni arquitectos. En contraste vemos que cargan un show de la Capilla Sixtina y la venden como atracción multimedia, la masa asiste al circo de la novedad y la síntesis creadora se reduce al show del momento. Incapaces de crear nuestra fe, de crear a nuestros a dioses, adorando al egoísmo masivo, fanáticos sin misticismo.