La rebeldía es la respuesta indomable al estatus, reta a
las normas que podrían contenerla, se agita con las negaciones, involucra a la
colectividad creando una fuerza que señala una cultura. Los motivos del rebelde
se convierten en caminos y conducta, su impacto depende estrictamente de la
potencia y la integridad de sus ideas, y de la inteligencia capaz de renovar y transgredir
una realidad abriendo una salida para la libertad y la creación. El arte
necesita rebeldes capaces de inventar
una perspectiva distinta de la realidad que la cotidianeidad no aporta.
Expresarse y comunicar, aun desde la incontenible protesta, es la catarsis de
cada ser humano, en esa comunicación nos conocemos y nos reflejamos, es por eso
que el arte crea un puente de comunicación que nos involucra y compromete.
No estamos viviendo tiempos rebeldes, al contrario, estamos
en la época de la asimilación inmediata,
la rebeldía no es perseguida, y el derecho a “expresarse” lo ejerce hasta
la idea más estulta, en las redes el insulto es libertad de expresión, la masa aullando
y linchando es opinión pública. En este nivel de rebeldía asimilado y
auspiciado se encuentra el graffiti y sus diferentes variantes. Nació hace
décadas en las manifestaciones de grupos marginales, los movimientos de negros
y chicanos, las bandas que con estas intervenciones urbanas gritaban a la
sociedad que no deberían ser ignorados. El estado de rebeldía y protesta fue comprado
por las instituciones, las buenas intenciones oenegeras, los buscadores de
tendencias, los curadores y museos de arte VIP, y los gobiernos que encontraron
una vertiente para la demagogia y el populismo. El graffiti se convirtió en
parte del lenguaje políticamente correcto que el establishment usa para la
“integración” al estatus. Las urbes del mundo dejaron de padecen estas pinturas
y ahora las fomentan apoyadas por los textos de los académicos del arte, la
sociología y antropología que las estudian y clasifican, la publicidad las
copia, los candidatos gubernamentales les entregan botes de pintura a los
graffiteros, la rebeldía se burocratizó y se asimiló rápidamente creando
círculos de poder, tráfico de puestos y privilegios. La asimilación ha sido tan
efectiva que el graffiti vive estancado en la imitación sistemática de los cánones
impuestos desde hace más de 40 años. Integrado al sistema tienen los
privilegios del arte contemporáneo VIP el graffiti también tiene sus curadores,
sociólogos y antropólogos que le llaman artista a todo el que tenga un bote de
spray en la mano, y con una enorme condescendencia afirman que el graffiti es
para “expresarse”, que son estéticas de la calle, hacen congresos, imparten
posgrados, escriben trabajos de tesis, y con esta enorme infraestructura se consideran
infalibles a la crítica, a la que niegan rotundamente, estableciendo una forma
de dictadura social con pinturas que existen por el allanamiento a la propiedad
pública y privada. La libertad ha inventado su propia celda y se refugia muy bien en ella, cobijada en una infraestructura que con unas pocas prebendas la mantiene domesticada, y en ¿dónde quedó el talento artístico para decir algo a la sociedad? Los graffiteros que niegan la crítica, están de espaldas a la sociedad, parece que no saben que necesitamos de una cultura urbana que nos salve de la invasión vulgar y grosera de la publicidad, de la flagrante presencia de las campañas políticas, de la contaminación visual que nos ahoga y que la creación de pinturas en los muros sería una gran aportación al paisaje urbano, sin embargo su imposición mayoritaria es para los tags que pueden ser desde el más elemental exabrupto hasta descomunales siglas.
El espacio se detenta desde la inteligencia, la creación y la propuesta de verdad arriesgada en su contenido y en su lenguaje, no desde la protección del gobierno y las instituciones o desde la intransigencia del uso de la fuerza y el anonimato. Demuestren que son capaces de crear una verdadera estética urbana que aporte a los ciudadanos, que nos diga que no debemos ignorarlos porque son artistas con un compromiso real con la autoría y la creación. Entreguen espacios a los jóvenes verdaderamente talentosos, hagan de la rebeldía una potencia que trascienda saliendo de la ya invisible masa unificada en sus ideas y lenguajes que llena las paredes. Y si lo que prefieren en seguir como hasta ahora, esgrimiendo la falta de talento desde el chantaje del victimismo social, si lo que buscan se continuar con su asimilación al establishment y su irresponsabilidad autoral, adelante, impongan su doctorado en graffiti en las universidades y con estos privilegios asuman el estatus que la sociedad les ha otorgado, y acepten que aunque no escuchen a las críticas, ustedes forman parte del deterioro social que nos ha llevado el sitio en donde nos encontramos. La disyuntiva es defender el talento y la creación, sean capaces de crear un verdadero movimiento pictórico, o seguir domesticados por el sistema