lunes, 25 de junio de 2018

EL DOLOR DE CREAR


El suicidio es una sombra constante en la creación artística y literaria, en muchos casos aún con la atención psiquiátrica y con la medicación parece que las emociones son tan potentes y demandantes que llevan a los autores y creadores a detener su existencia.
David Foster Wallace, el autor de la novela La Broma Infinita constantemente caía en depresión, lo que le obligaba a recurrir a los medicamentos para mantener un estado que lo alejara de llegar más lejos. Los estudios psiquiátricos publicados sobre su caso afirman que abandonaba la medicación porque sentía que los efectos secundarios le impedían llevar a término sus novelas, le confesó al doctor que le restaban concentración y capacidad de decisión.  En el esfuerzo de continuar con su obra, dejó los medicamentos y más tarde se colgó. Es el caso de varios creadores y científicos, es parte de la Historia del Arte, a los que la depresión acecha y que al final conquista la posibilidad de detener el trayecto de la obra y de la existencia misma. El compromiso con un trabajo autoral es muy grande, es de una naturaleza distinta, pide algo que es muy comprometedor: la vida y el nombre. La creación se hace por la obra y por el propio ser, es una prueba constante entre lo que se es y lo que se produce, la derrota es una cuestión íntima que además se hace pública, pone en evidencia y la sola posibilidad trastorna el sentido de la vida. Continuar con o sin éxito es mantener ese diálogo y ese reto con el propio ser y con su estancia en el presente.
El abandono de un tratamiento, ya sea médico o  alternativo, por continuar con la obra es una decisión difícil porque demuestra el gran compromiso que hay con el trabajo, el enorme pesar que significa que exista un obstáculo que no permite que fluya lo que mente desea, que esa inteligencia, esa herramienta tan delicada, tiene una parte ausente o distinta. Prefieren dejar de vivir que dejar de crear. Los estados que comprometen las emociones a tal grado que afectan la percepción de la realidad van más allá de la leyenda creativa, el genio incomprendido, el carácter inestable, la alteración de los sentimientos no son una pose o una excentricidad, son parte de la contrastante mezcla de audacia, arrogancia y humildad o capacidad de resistencia que se necesitan para realizar una obra.
La poesía, la novela, esas narraciones de la ficción conllevan su propio abismo, se sienten cuando hay autenticidad en el autor, piden cuidar del balance entre técnica y emoción, y muchas veces el caudal de lo que se dice arrastra a lo que se calla, que es la entrega insospechada y desbordante al hacer un poema. No hay cura garantizada para estas presencias que llegan a la mesa de trabajo, la sanación está en la creación misma, perece una contradicción, y lo es, en el arte la enfermedad es la propia cura, esa angustia se salva con más trabajo, con más riesgo, con más entrega, y el final, el que sea, tiene una recompensa tan íntima e invisible, que únicamente el autor lo sabe y lo habita.