El ridículo es que el arte VIP es ultra solemne, lo que
vemos en una comedia plagada de absurdos no es ficción, es la realidad cotidiana
dentro de los museos y las escuelas de arte, ahí si se creen sus personajes y
nos explican sus chistes, los coleccionistas compiten por comprar la obra más
estulta, los galeristas se enfurecen con la gente haciendo selfies con las
obras VIP, los artistas posan su rebeldía, los académicos y curadores se tragan
los diccionarios de sinónimos y antónimos para escribir sus textos. En la
película los personajes son idiotas declarados, y en la vida real estas mismas
personas son consideradas la cúspide de la cultura del establishment y les dan
todos los premios. La risa no la provoca la trama, estamos contemplando a la
frivolidad dominando la escena artística para entretenerse, pagando una
burocracia impostada en sus clichés. Los bufones del siglo XVIII costaban más
baratos a los reyes y daban mejores servicios que los artistas VIP y su
parasita burocracia. Reserven un palco para aplaudir el nuevo entretenimiento:
quemar los museos de arte VIP.
sábado, 30 de diciembre de 2017
THE SQUARE
La burguesía se aburre: las drogas, las redes sociales, los
viajes, el sexo, no son suficientes, quieren más, algo que los excite unos
instantes. El arte contemporáneo VIP es una de las diversiones de moda,
patrocinarlo, mirarlo unos segundos y esperar a que otro artista VIP
“transgresor con preocupaciones socio-filosóficas” aparezca y los entretenga. El
patronato de un museo de arte contemporáneo dona 50 millones de euros para la
adquisición de una obra VIP: unos trabajadores cincelan un cuadrado sobre la
explanada del museo, obra de la “socióloga y artista Lola Arias”, personaje que
cumple todos los requisitos VIP es mujer, latina y con causa social, además es
una referencia a la grieta de Doris Salcedo en la Sala de Turbinas de la Tate.
Al hacer la obra destrozan una escultura en bronce de un rey sobre un caballo,
metáfora del arte que desechan para dar sitio al “espacio seguro” que significa
esta obra. La película The Square
dirigida por Ruben Östlund es una
comedia, las estupideces de sus personajes desatan la acción, sucede en el
marco de un museo de arte contemporáneo como podría ser en un hotel de lujo, es
el “espacio seguro” para mostrar la estulticia de la realidad.
Montículos de arena en la sala de exhibición y la
declaración de principios: puesto dentro del museo es arte. La teoría no es
suficiente. para que ese prodigio suceda contratan a un equipo de marketing y
relaciones públicas, que les da lo mismo si es un cuadrado o una sartén, el
objetivo de su campaña es crear controversia para que el “donativo” de los
sponsors sea famoso, les dé una noche de diversión y visibilidad social en una
cena con un performance simiesco sobreactuado. La excentricidad se cansa
consigo misma, necesita arte al nivel de su desidia intelectual, algo que no
les provoque conflicto, bufones que además limpian la incomodidad del
despilfarro y le dan “sentido artístico-social”.
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