Llevar y guiar mientras se es guiado, el cuerpo son dos
seres tan unidos que los sentimientos evitan los verbos, y nacen impregnados en
la estancia del presente, el Caballo
Blanco de Velázquez, levanta las patas delanteras, su cuerpo fuerte,
hermoso, carga la ausencia de su jinete. La pareja cómplice, que se sabían en
su fuerza y entrega, está fragmentada, la silla y las bridas son docilidad
amatoria que ofrece su poder al que monta, lo hace más que humano, lo eleva en arma,
guerra, aventura o baile. Desorientado, sin camino, para él no hay a dónde ir
cuando va solo. Vaticina el sabio poeta “En el comienzo está mi fin”, el jinete
desciende, dejando su sudor en la silla, el reflejo de la presión de sus
piernas, es el final, el caballo se alza
orgulloso, doliente, mutilado.
martes, 14 de noviembre de 2017
AUSENCIA
La ausencia es algo más que el vacío. En el vacío hay una
plenitud de equilibrio, un espacio necesario, colmado de lo que no existe. La
ausencia deja un hueco que denuncia la falta, la fustiga delimitando sus
contornos. El vacío es una conquista, la ausencia es derrota, es el rechazo al
tiempo y el espacio. La silla de Van Gogh, esa pintura tan vista y recurrida,
es un autorretrato y es ausencia, el pintor que se niega y se describe
abandonando a su propio ser, despidiéndose de quién es dejando el despojo del mueble que lo resguardaba con reposo y pertenencia.
Pinta a la silla manifestando su inutilidad, él que ya no es, no necesita habitar
un lugar, darle tiempo, el presente es lo único que tenemos, “Si todo el tiempo
es eternamente presente, todo el tiempo es irredimible”, canta T. S. Elliot. El
silencio del vacío es paz que reverbera en su consagración, el silencio de la
ausencia es castigo, es la falta de lo esperado, saturado por la privación y el
hambre.
En el Acantilado de
Etretat de Gustave Courbet, la arrogante roca contempla la indefensión de
la barca en la playa, su cuenca que valiente dió destino a su pasajero yace ahí, sola, recordando que
finalizó su historia, cumplió y ya no es necesaria, se queda desposeída, esperando
el regreso, ser otra vez compañera protectora, ignora que el pasajero eso es,
alguien que ha pasado sin mirar lo que deja. Courbet, sensual habitante del
paisaje, que ama y provoca en voluptuosas composiciones, en esta obra pinta el
desafecto, podemos pensar en un viaje largo, inconcluso sin motivo, porque viajamos
para estar en perpetuo trayecto, abandonar la nave es renunciar a esa aventura
de dar la vida al presente “el fin precede al principio” me recuerda T.S.
Elliot. La realidad se transcribe en el arte, la obra interpreta lo que nos
hostiga ingobernable, en la pintura, en la poesía se manifiesta y adquiera la
profundidad del reposo que nos permite pensar. La obra es asimilación, el
abismo de la ausencia se dimensiona. Los momentos dejan de ser densa privación,
y permiten la contemplación, abrir la
mirada al espejo que no responde con el
rostro, y habla con la evocación simbólica, la vida es una experiencia
condensada en claves y misterios.
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