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Kill an emoji, de EKO, para ver su obra aquí |
El Rey Lear, la
tragedia de Shakespeare, desata el conflicto cuando el rey pretende dividir su
reino entre sus tres hijas y para decidir les pide que describan el amor que
sienten por él. Las descripciones de Gornelia y Regan, se asemejan a los Sonetos del escritor, involucran los
sentidos, el compromiso, contienen las virtudes del amar. La más joven, Cordelia
se preocupa al verse incapaz de alcanzar
la elocuencia de sus hermanas, aterrada no sabe cómo explicar a su padre ese
amor. Lear le advierte que su parte del reino es la más rica, y le pregunta “¿Qué
puedes decir que merezca un tercio más rico que el de tus hermanas?” Cordelia
afirma: “Nada”, simplemente ofrece consagrar su vida a amarlo. Encolerizado confunde
su sinceridad con un corazón insensible y la despoja de su herencia, entonces
el Conde de Kent trata de calmarlo y Lear responde “No te interpongas entre el dragón
y su furia”.
La descripción de los sentimientos y especialmente la del
amor es y ha sido un reto de la inteligencia y del arte durante millones de
años. Hasta ahora, que ya no es necesario. La poesía, novela, se han
obsesionado con iluminar esa oscuridad. La música, las artes plásticas, la
danza, han investigado en la infinita posibilidad de manifestar el amor.
Describir nuestras emociones nos obliga a generar palabras, metáforas,
actitudes, gestos, somos un cúmulo de acciones encaminadas a exponer lo más
sensiblemente posible lo que nos embarga.
Eso sucedió hasta que el marketing, los psicólogos y la mediocridad
se confabularon para posicionar los emoticons y los emojis. Los círculos
amarillos con ojos son ahora la nueva versión de nuestro bagaje emocional,
según los psicólogos, el cerebro cambió con su aparición y ahora con ver estas
pegatinas digitales reaccionamos igual que ante un rostro real, humano. Las
nuevas generaciones pueden sustituir el contacto físico de un rostro, infinito
en sus matices, con la unidimensionalidad de estas pegatinas, y peor, es
suficiente para describir lo que sienten. El dilema que desata la tragedia de Rey Lear se resuelve hoy en día con un
emoji.
Nos merecemos la monstruosa cultura que hemos generado, nos merecemos
estar rodeados de esta zafiedad y además tener un aparato de “estudiosos” y
marketeros que convencen a la población mono neuronal de que eso son sus
emociones y que su cerebro así lo acepta. La gente que con eso se satisface no
necesita la poesía, ni el arte, mucho menos le interesa saber el dolor que
Proust sentía ante las líneas que escribía, esa gente es del tamaño de un
emoji. El cerebro de estas personas no ha evolucionado, al contrario
involucionó, ha reducido drásticamente su vocabulario, su capacidad de auto
observación y análisis, su riesgo ante la sinceridad, su calidad y cualidad de
ser verdaderos, su entrega. La gente ama menos, porque siente menos, no se
involucra en algo esencial: decirlo y asumirlo. Esos merecen tener como pareja
un emoji, vivir con él y morir juntos como una aplicación obsoleta.