Medusa es un despojo, la cabellera de serpientes se enrosca
histérica, sintiendo la muerte de su madre, del cuello cercenado brota sangre con
gusanos, su organismo es una masa pútrida que se parasita a sí misma. La sangra
brota de los ojos y la nariz de Medusa, la piel pálida del rostro anguloso y
pétreo, que nunca ha tocado el sol, contrasta con las curvas móviles y los
colores brillantes de los reptiles. Encarna la relación entre las serpientes y
la sabiduría, el conocimiento nos expulsa de la paradisiaca ignorancia, lo que
no conocemos no existe, saber trastoca la realidad y nos convierte en otra
persona. Medusa sabe de su obscena realidad, que su cabellera carcome su
cuerpo, que la violación la desterró y es paria del Infierno, y sabe que
mientras su vanidad fue temporal, su ignominia es eterna. Medusa piensa, las
serpientes son las memorias que se enroscan, se complejizan, se reproducen, la
enferman, la devoran, cautiva en las entrañas de la Tierra únicamente tiene la
compañía de esos reptiles insomnes. El veneno del pasado no admite cambio, lo
perdido somos nosotros, la ponzoña es alma y sangre. En su prisión no hay
espejos, al mirar su reflejo en el escudo de Perseo, por primera vez es testigo
de la execrable consecuencia de su vanidad, comprende que ella es eso, escucha
sus gemidos, se asoma a la oscuridad de sus fauces, reconstruye cada instante
desde que entró al Templo de Minerva y fue maldecida, se detiene en su
desaparecida belleza y paralizada se ofrece una vez más al verdugo.
En la oscuridad del fondo, dos serpientes se entrelazan
copulando, tienen unidas las cabezas, el coito en la cumbre del espasmo,
lujuria mortífera, la cabeza cae mientras la hembra mata la macho, en la
tragedia de lo increado, esos pensamientos sobrevivirán a su muerte. Perseo la
mutila y lo que pareciera un crimen es un acto de piedad, cercena eso que la ha
tenido cautiva, que la tiraniza, sin el cuerpo la cabeza es un nudo inerte con
el rictus del instante fatal.