miércoles, 25 de enero de 2017

LA VIOLACIÓN DE MEDUSA

Medusa es una víctima convertida en maldición, no es responsable de su terrible apariencia y su poder destructor es defensa, su humana vanidad enfureció a Minerva y la castigó degenerando su belleza. El horror de su mirada rodeada de serpientes le dió poder hipnótico, mirarla era inevitable, seducía y petrificaba a sus cautivos. Neptuno la viola atraído por su despreciable naturaleza, el castigo es ultrajado, sus verdugos la humillan, el sacrificio desde la pureza es sublime, la violación envilece al mártir. Rubens pintó el rostro y Frans Snyders las serpientes, su versión es más que realismo, es invención y ciencia, es la obstinación del Barroco por mitificar a la pintura, hasta alcanzar la inmortalidad que petrifica al observador, nos expone a la contradicción de perseguir lo que aborrecemos. La sabiduría anatomista y la dramaturgia hacen a las serpientes y Medusa un solo ser, un cuerpo con mil vidas y sin muerte.  
Medusa es un despojo, la cabellera de serpientes se enrosca histérica, sintiendo la muerte de su madre, del cuello cercenado brota sangre con gusanos, su organismo es una masa pútrida que se parasita a sí misma. La sangra brota de los ojos y la nariz de Medusa, la piel pálida del rostro anguloso y pétreo, que nunca ha tocado el sol, contrasta con las curvas móviles y los colores brillantes de los reptiles. Encarna la relación entre las serpientes y la sabiduría, el conocimiento nos expulsa de la paradisiaca ignorancia, lo que no conocemos no existe, saber trastoca la realidad y nos convierte en otra persona. Medusa sabe de su obscena realidad, que su cabellera carcome su cuerpo, que la violación la desterró y es paria del Infierno, y sabe que mientras su vanidad fue temporal, su ignominia es eterna. Medusa piensa, las serpientes son las memorias que se enroscan, se complejizan, se reproducen, la enferman, la devoran, cautiva en las entrañas de la Tierra únicamente tiene la compañía de esos reptiles insomnes. El veneno del pasado no admite cambio, lo perdido somos nosotros, la ponzoña es alma y sangre. En su prisión no hay espejos, al mirar su reflejo en el escudo de Perseo, por primera vez es testigo de la execrable consecuencia de su vanidad, comprende que ella es eso, escucha sus gemidos, se asoma a la oscuridad de sus fauces, reconstruye cada instante desde que entró al Templo de Minerva y fue maldecida, se detiene en su desaparecida belleza y paralizada se ofrece una vez más al verdugo.

En la oscuridad del fondo, dos serpientes se entrelazan copulando, tienen unidas las cabezas, el coito en la cumbre del espasmo, lujuria mortífera, la cabeza cae mientras la hembra mata la macho, en la tragedia de lo increado, esos pensamientos sobrevivirán a su muerte. Perseo la mutila y lo que pareciera un crimen es un acto de piedad, cercena eso que la ha tenido cautiva, que la tiraniza, sin el cuerpo la cabeza es un nudo inerte con el rictus del instante fatal.