Si Dalí tuviera un hijo tendría cuerpo de langosta, piernas
de caballo, cabeza de toro, un brazo largo con un arco de violín y en el otro
una garra de águila. Lo desconocería como padre, lo denunciaría por ser un amante
abusivo, que lo mantiene enjaulado, obligándolo a pintar, a posar y a cantar.
Dalí no engendra hijos, los hijos lo engendran a él, cada noche se lo sacan de
un muslo, de la cabeza, es un padre multiforme, intolerable y mentiroso que sus
hijos asesinan y devoran sin placer, por la necedad de acabar con su estirpe.
La juez, desde la intolerancia legal, decide que es
necesario averiguar si Dalí engendraba hijos como los mamíferos, y que el
aspecto de sus descendientes es vulgarmente común. Las leyes han acudido a la
ciencia para investigar si copuló furtivamente, porque el producto de ese
momento de humano aburrimiento exige saber quién es su padre y con esa vaga
información darle sentido a su vida. Desmitificar es regresar a su naturaleza
humana a esos que creíamos sin sustancia animal. La orden de exhumar un cuerpo,
retirarle fragmentos para analizarlos en un laboratorio, es un juicio con su
veredicto implícito: la biografía que atestigua la única paternidad de objetos
y pinturas surrealistas, sin más descendencia carnal, no significa ante los
delirios de grandeza de un ser humano que cree tener un padre.

La realidad no nos deja escoger a los padres porque no
naceríamos, nos debatiríamos en dudas ante la fatal elección, ante el miedo de
cometer un error, los padres y los hijos son un accidente que aceptamos, nos
adaptamos con dolor y sumisión o con gusto y fortuna. Los genes determinan un
parentesco celular, el parentesco emocional se crea, se fomenta o nunca existe.
Buscar una paternidad tardía es tanto como forzar una elección, el destino que
no es biológico es factual, el padre es el que comparte y convive. El cuerpo de
Dalí está recibiendo castigo por un delito que ya la juez le dictaminó, los
restos exhumados son evidencia de que las leyes que ejercen sobre esta
surrealista existencia, se equivocan cuando tratan de ser justas e
igualitarias.
Millones de padres están engendrando hijos ahora mismo, ¿por
qué escoger uno que no dejó más que sus propias ficciones? Elegir a un semental
frustrado unido a una mujer como él, pareja de niños estériles. La ciencia va a
dictaminar sus realidades, experimentado con las arbitrariedades de la
evidencia terrenal, examinando los restos de una suposición, evadiendo que el
cadáver del padre legal de la autonombrada hija yace en su tumba, que su
hermano biológico vive y que su madre aún puede aportar algo más que sus
recuerdos. La juez no ordena que sea exhumado el padre que registró ante un
juez a su hija, ordena que se saque de su tumba a un hombre sin hijos. Lo que
el azar decida es irrelevante, la realidad torció los senderos para alcanzar un
destino; la juez, las leyes, la ciencia, la hija que busca un padre, todos
gritan desde sus tribunas: el mito ha terminado.