¡Que lo metan a la cárcel! ¡Acúsenlo de conspiración, sedición, intento de asesinato y complot en contra del Estado! Es extranjero, deben expulsarlo, llevarlo a Guantánamo, es un peligro social, un desestabilizante del orden. Es la intemporalidad del arte, en el Central Park de New York el montaje teatral Julio Cesar de Shakespeare tiene histéricos a los republicanos y los conservadores, acusan a la compañía de teatro de incitar al asesinato de su bully-presidente. Bastó que el personaje de Cesar estuviera vestido con un traje azul oscuro, una corbata roja cubriendo el cinturón del pantalón, pelo amarillo zanahoria (que ya tiene copyright) y dedujeron que la obra era una conspiración. El drama tiene su réplica en la realidad, Cesar desea convertirse en dictador, traicionar a la república, que en términos actuales es la democracia. La consumación de su asesinato es una forma de salvar al poder de la tiranía. Las democracias contemporáneas han demostrado su afición a los gobiernos autoritarios que triunfan gracias al voto popular, la transformación en dictadores es posible desde la legalidad, es una forma de ejercer el poder que les han otorgado.
La visión de Shakespeare va más lejos que los
tendenciosos analistas políticos y nos dice con su poesía que el poder absoluto
antecede a la caída. Los augurios del arte son tan claros en sus voces que el
público partidario de ser gobernados por totalitarismos señalan paranoicos una “apología
a la violencia”. El arte no puede derrocar gobernantes, nos dice desde su
escenario que somos personajes de un drama que se repite sin que seamos capaces
de comprender nuestra torpeza. La puesta en escena ha perdido todos sus
patrocinadores porque los acusan de “haber ido demasiado lejos”, no es el poder
el que abusa o rompe con sus propios principios, el culpable es el arte. Es el
primer acto de flagrante censura al arte que vivimos en este periodo de la que
se anuncia como “la nación más democrática del planeta”, y no hubo muestras
frontales de solidaridad. La gente del desfile de los gorros rosas, los
artistas VIP que se supone son ultra sociales y activistas, los curadores que
montan exposiciones con “misión reflexiva”, todos callados, contemplando como a
una compañía de teatro la persiguen y le retiran los apoyos por una obra de
Shakespeare.
Los tibios columnistas incapaces de señalar el fenómeno de
su gobierno, se quedan pasmados ante la claridad y contundencia de este drama,
de sus personajes, de la verdadera esencia de la traición y la tiranía. El
ominoso silencio que rodea al heroísmo de esta troupe, que sigue representando
cada función, explicándonos con las palabras de Bruto, Casio y César cómo
funciona el poder del arte, de su implacable juicio que tiene a la belleza para
mostrar hasta a lo más abyecto. Los artistas VIP deben aprender de esta
compañía de teatro, que sabe encarnar el riesgo de denunciar con talento, sin
las facilonas consignas de los artistas VIP que son el acomodaticio y
conveniente producto del establishment.