lunes, 28 de noviembre de 2016

RETRATO DE UNA ARTISTA

Right hand of Artemisia Gentileschi,   Pierre Dumonstier II
En el retrato el artista es el espejo, la obra es el reflejo de lo que él ve. La persona que se mira en un espejo o en un retrato no busca la realidad, los espejos dan una imagen que nuestra mente trastoca y deforma, omite detalles y se concentra en los que perseguimos como ideales. Perpetuando la mentira, tenemos la fortuna de la imposibilidad de aceptar lo que somos, el artista cómplice, ofrece lo que observa como una puerta a una realidad falsa e inaccesible.
En la exposición French portrait drawings from Clouet to Courbet en el British Museum, el ojo del artista persigue la forma y la traduce en líneas, como un astrónomo que traza la ruta ficticia de los astros. El espejo opaco del papel plantea una irrealidad: la línea. El dibujo es la persona pero no es lo que vemos, y en un alarde de esencialidad, Pierre Dumonstier II dibuja la mano derecha de  Artemisia Gentileschi y la retrata, no ve el rostro, destina su observación en la herramienta que los dos comparten y los hace iguales. En el margen superior la llama “Aurora” la diosa que abre la oscuridad del cielo con sus manos para que entre el amanecer; la belleza de esas manos no es su apariencia, es su capacidad de crear “maravillas que envían a los ojos juiciosos al éxtasis, raptures”. Dumonstier rompe con el cliché de la belleza física como meta del retrato femenino, lo despoja de edad y sexo, reconoce que él mismo se plasma al recrear las manos de ella. Un retrato y un autorretrato, un espejo que se multiplica en un juego interminable. Con este dibujo la sala del museo expone decenas de manos, aunque sean rostros, cuerpos enteros, son manos dibujando, unas más apasionadas, otras frías y analíticas.

El artista se ve en sus obras y al final muestra esa herramienta compleja que percibe sensaciones y las trasmite, que exige el entrenamiento constante. El hacer nos describe, la apariencia, irrelevante por inestable, no alcanza a decir, la voz de nuestro ser son las acciones. El pincel que Artemisia sostiene, la sombra en la oquedad de la mano, suspendida en el limbo del papel, dirigiéndose con voluntad propia, contiene toda la sabiduría de la pintora, sus frustraciones, los inicios que aún le esperan, las obras que nunca podrá pintar y las que guarda en una biografía que recuerda y olvida en cada trabajo. El dibujo es la diosa Aurora, la ocultación nos revela la luz de la verdad de Artemisia, inmortalizar esa mano, retenerla en la acción, convierte a la condena de Sísifo en el privilegio de la creación.