viernes, 18 de noviembre de 2016

QUÉ HACEMOS CON EL ARTE. Texto de Avelina Lésper en el Foro Internacional Aciertos y retos de la difusión cultural y extensión universitaria. Conversatorio debate “Qué hacemos con el arte”

Qué hacemos con el arte ahora que se ha convertido en un instrumento de la especulación ideológica y financiera, que obras carentes de valores estéticos, sin  ningún nivel de realización o propuesta, se llaman arte si tienen adherido un statement político-social o un precio estratosférico. En la gran  incongruencia que sustenta al fraude del arte contemporáneo VIP, obras con intenciones sociales y pretensiones variadas, que van desde los acontecimientos políticos más inmediatos, hasta las trastocadas luchas de género, están hermanadas con el mercado especulativo. El neoliberalismo más descarado pagando el populismo de obras que se supuestamente hablan en contra de ese sistema, y son utilizadas para traficar dinero, influencias y alimentar la burocracia de museos e instituciones que no busca talento, busca obras de proselitismo ideológico, complaciente con las galerías. Las manifestaciones fundacionales del arte VIP, video, instalación, performance, a pesar de su hipócrita connotación social, son producto del colonialismo artístico del capitalismo y como tales trabajan para su promoción.
Qué hacemos con el arte que impulsa el mercado neoliberal, que se burla del talento y encumbra sus falsos valores, que hace estrellas, que vende como arte a la basura, a los plagios, a la ocurrencia, y manipula el mercado como un casino. Las instituciones son parte de este fraude, entregando salas y apoyos a la moda que el capital les dicte.
Qué hacemos con el arte que padece esta contaminación, que se regodea en sus discursos, que se ha transformado en una ONG, en pregonero ideológico y que además es un instrumento financiero del capital de riesgo. Las escuelas, instituciones, artistas y museos de arte contemporáneo VIP, reniegan de la técnica, del aprendizaje, la disciplina, el compromiso con el desarrollo de lenguajes y estilos, y en cambio han organizado una forma de nuevo sindicalismo elitista y excluyente, en el que lo más importante es el entramado demagógico de sus obras con intenciones y discursos, porque la presencia estética de la obra es irrelevante frente a la presencia ideológica. El populismo y el panfletarismo han sustituido a la belleza, y aunque les cueste oírlo, la belleza es un valor ineludible de la obra de arte, y es un logro intelectual.
Las obras si tienen la denuncia de moda son arte aunque su realización sea infra inteligente, obvia, elemental y carente de belleza. Tragedias como los asesinatos del narcotráfico o Ayotzinapa, soportan un alud de obras penosas en su propuesta, cargan con el oportunismo de grupos que viven del activismo de ocasión, que se suben al carro de la desgracia para llamar arte a su mediocridad. Las luchas de género están representadas por artistas tan mediocres que desprestigian una deuda que ni el Estado ni la sociedad han reparado. El feminismo se impone como cuota en los museos, con obras que no salen del lugar común, que humillan al arte y a las mujeres. La gran mayoría de estos artistas viven de las instituciones, clamando una falsa independencia, exigen becas y privilegios, conforman un elitismo ideológico tan excluyente como el elitismo económico.
La gran mayoría es cómplice de esta situación, analicé el temario de la carrera de Licenciatura en Arte y Patrimonio Cultural, que imparten en esta Universidad de la Ciudad de México, tiene como materia optativa el taller de artes visuales, carece de materias realmente prácticas para la gestión, por ejemplo, de museos; el listado de materias está enfocado a generar la burocracia cultural que vive de las instituciones, y para hacer discursos que justifiquen la presencia de las obras desde puntos de vista puramente ideológicos, no artísticos, porque con esos estudios no pueden ni montar una exposición o una obra de teatro, cómo van a gestionar el patrimonio cultural sin nociones de Historia del Arte.
Qué hacemos con el arte: decir abiertamente que ni el discurso, ni las intenciones, ni las grandes sumas de dinero convierten en arte a objetos sin inteligencia, factura y belleza, que la condición de arte está por encima de intereses ideológicos y económicos. Dejemos la hipocresía de las buenas intenciones y aceptemos el arte está padeciendo a sus mercenarios, gente que lo ha convertido en un instrumento ideológico y económico, que han hecho de su mediocridad un arma, y que son artistas del chantaje social.