Qué hacemos
con el arte ahora que se ha convertido en un instrumento de la especulación
ideológica y financiera, que obras carentes de valores estéticos, sin ningún nivel de realización o propuesta, se
llaman arte si tienen adherido un statement político-social o un precio
estratosférico. En la gran incongruencia
que sustenta al fraude del arte contemporáneo VIP, obras con intenciones
sociales y pretensiones variadas, que van desde los acontecimientos políticos
más inmediatos, hasta las trastocadas luchas de género, están hermanadas con el
mercado especulativo. El neoliberalismo más descarado pagando el populismo de
obras que se supuestamente hablan en contra de ese sistema, y son utilizadas
para traficar dinero, influencias y alimentar la burocracia de museos e
instituciones que no busca talento, busca obras de proselitismo ideológico, complaciente
con las galerías. Las manifestaciones fundacionales del arte VIP, video,
instalación, performance, a pesar de su hipócrita connotación social, son
producto del colonialismo artístico del capitalismo y como tales trabajan para
su promoción.
Qué hacemos
con el arte que impulsa el mercado neoliberal, que se burla del talento y
encumbra sus falsos valores, que hace estrellas, que vende como arte a la
basura, a los plagios, a la ocurrencia, y manipula el mercado como un casino.
Las instituciones son parte de este fraude, entregando salas y apoyos a la moda
que el capital les dicte.
Qué hacemos
con el arte que padece esta contaminación, que se regodea en sus discursos, que
se ha transformado en una ONG, en pregonero ideológico y que además es un instrumento
financiero del capital de riesgo. Las escuelas, instituciones, artistas y museos
de arte contemporáneo VIP, reniegan de la técnica, del aprendizaje, la
disciplina, el compromiso con el desarrollo de lenguajes y estilos, y en cambio
han organizado una forma de nuevo sindicalismo elitista y excluyente, en el que
lo más importante es el entramado demagógico de sus obras con intenciones y
discursos, porque la presencia estética de la obra es irrelevante frente a la
presencia ideológica. El populismo y el panfletarismo han sustituido a la
belleza, y aunque les cueste oírlo, la belleza es un valor ineludible de la
obra de arte, y es un logro intelectual.
Las obras si
tienen la denuncia de moda son arte aunque su realización sea infra
inteligente, obvia, elemental y carente de belleza. Tragedias como los
asesinatos del narcotráfico o Ayotzinapa, soportan un alud de obras penosas en
su propuesta, cargan con el oportunismo de grupos que viven del activismo de
ocasión, que se suben al carro de la desgracia para llamar arte a su
mediocridad. Las luchas de género están representadas por artistas tan
mediocres que desprestigian una deuda que ni el Estado ni la sociedad han
reparado. El feminismo se impone como cuota en los museos, con obras que no
salen del lugar común, que humillan al arte y a las mujeres. La gran mayoría de
estos artistas viven de las instituciones, clamando una falsa independencia, exigen
becas y privilegios, conforman un elitismo ideológico tan excluyente como el
elitismo económico.
La gran
mayoría es cómplice de esta situación, analicé el temario de la carrera de
Licenciatura en Arte y Patrimonio Cultural, que imparten en esta Universidad de
la Ciudad de México, tiene como materia optativa el taller de artes visuales,
carece de materias realmente prácticas para la gestión, por ejemplo, de museos;
el listado de materias está enfocado a generar la burocracia cultural que vive
de las instituciones, y para hacer discursos que justifiquen la presencia de
las obras desde puntos de vista puramente ideológicos, no artísticos, porque
con esos estudios no pueden ni montar una exposición o una obra de teatro, cómo
van a gestionar el patrimonio cultural sin nociones de Historia del Arte.
Qué
hacemos con el arte: decir abiertamente que ni el discurso, ni las intenciones,
ni las grandes sumas de dinero convierten en arte a objetos sin inteligencia,
factura y belleza, que la condición de arte está por encima de intereses
ideológicos y económicos. Dejemos la hipocresía de las buenas intenciones y
aceptemos el arte está padeciendo a sus mercenarios, gente que lo ha convertido
en un instrumento ideológico y económico, que han hecho de su mediocridad un
arma, y que son artistas del chantaje social.