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Hans Memling, Still Life with a Jug with Flowers |
La contemporaneidad divaga entre qué es arte o aplicar el
igualitarismo y premiar a cualquier cosa con la medalla de “obra de arte”. Es
una duda banal que persigue no definir una respuesta. Lo que queda fuera en
esta disyuntiva es la contemplación, que establece la gran diferencia. Las
obras que se acaban en la primera visión y no tenemos la necesidad de regresar
a ellas, porque su presencia es una reducida muestra de inmediatez, porque
carecen de complejidad real o de inexplicable seducción, no podemos asimilarlas
como arte.
Plotonio en su tratado Sobre
la belleza, retoma la leyenda de Lince “de cuyos ojos salían rayos que
penetraban las profundidades de la tierra” y afirma que nunca nos saciamos de
contemplar, “contemplando, se contempla siempre más”, porque somos Intelecto,
así en altas, la inteligencia es un ser en sí mismo. La belleza vuelve
incansable a la contemplación, son las obras que nos incitan a encontrar algo
más, a descubrir eso que no habíamos percibido. Los sentidos se unen al
raciocinio. Aristóteles afirmaba que el arte y las palabras poseían una energeia, una fuerza que penetraba en
nuestro intelecto, capaz de generar reacciones y recuerdos en nuestra mente. Entonces
la contemplación es una energía que nos empuja a un acto intelectual, a percibir,
analizar, poseer la obra en nuestra memoria hasta comprender, es decir atrapar prenhendere, hacer que esa obra ingrese
en nuestro intelecto desde los elementos que tomamos de ella. La insistencia
historiográfica de que la época define la condición de arte no toma en cuenta
la capacidad de la obra de ser contemplada, ese proceso de la inteligencia no
está supeditado a condiciones políticas o sociales momentáneas. La obra que
genera esa insaciabilidad de contemplación, como dice Plotonio, tiene una relación
íntima e individual que no funciona por decreto. La obra que es “muy actual en
sus medios y mensaje” y no provoca sed de contemplar no es arte aunque la época
lo ordene. Presenciamos, escuchamos y leemos demasiadas obras y son pocas las
que generan una relación con nosotros, ese concierto que escuchamos cientos de
veces, ese poema que leemos y repetimos, la cita puntual con un artista en
distintos museos, en esa necesidad de poseer la obra está su trascendencia y su
intemporalidad.
La contemplación insaciable es gozo y conocimiento, la obra nos seduce en libertad, las tendencias de cada época son imposiciones de un grupo, que establece etiquetas para cada obra. Esas etiquetas, muchas veces son arbitrarias y no pueden determinar la condición de arte. Si la obra es de género, feminista, política o realizada con materiales supuestamente actuales y no tiene un acercamiento real con el individuo, no detona contemplación, es insuficiente para ser considerada arte. El presente del arte es la contemplación, no la cronología de la obra. Los que pretenden dictar las tendencias de cada época no pueden decidir sobre nuestra sed de contemplación, en esa libertad está el arte.