lunes, 22 de agosto de 2016

JULIO GALÀN, EL ADICTO A SENTIR


¿Tener sentimientos nos enseña a sentir? ¿Se puede sentir de una forma “correcta”? Cómo controlar el hacer y el sentir, el dolor y la ira, la soledad y la adicción de sentir. La pintura de Julio Galán es la lucha entre el método y el desbordamiento, su talento obsesionado con el detalle, con el cuidado físico y amatorio de la pincelada, está perseguido por sus emociones, prolonga la estancia en sus obras, en la construcción de esa imagen, las carga de elementos, crea una abigarrada narración, entreteniendo la urgencia paranoica de plasmar las escenas que lo acorralan, que lo amenazan con desaparecer.
 Los secretos siguen escondidos, en la exposición Julio Galán 10 años, en el Centro de las Artes de Monterrey, habita el Julio más íntimo y emocional. La obra es el artista, es su cuerpo, su vida, contiene al ser que la creó, el pudor es un obstáculo para decir, manifestarse y convertirse en la obra. La exposición es una inmersión en el autorretrato y en la conducta simbólica, en la creación del arquetipo pictórico que encarna la psique del artista, y que la manifiesta en un código personal indescifrable. La multiplicidad de la psique transfigurada, maltratada, expuesta para ser vista siempre, como un ojo sin párpado, en la vigilia eterna. ¿Qué contemplamos en la obra de Julio? Lo que nos duele, lo que no decimos y que no queremos olvidar, pintar el ritual del sacrificio, el artista que se ofrece al altar de nuestra catarsis.
 En el autorretrato titulado Mara, el pintor se pinta como un ramo de flores, un vanitas inspirado en las obras de Jan Brueghel del siglo XVII, denuncia que el artista experimentaba con su muerte mientras lo pintaba, su cuerpo floral y su vida se disuelven. Narcisista, frágil, efímero, la posibilidad de permanecer se escapa, los pétalos caen, su cuerpo se rompe, se castra, las escenas se confunden y el sentimiento permanece, el frasco de morfina cerrado: olvidar es dejar de sentir, vivir y morir sin anestesia; la bola de cristal, su silencio es la incertidumbre del destino. Julio rodea el vanitas con símbolos, juegos, escenas fugaces, desdibujadas, malos recuerdos, es él encarcelado por sus obsesiones.
 
 Desde el insomnio pinta cisnes, perros, osos, infiernos que invaden al sueño, que espantan al descanso. La descripción que hace de sí mismo nos orilla a aprender su lección, a llevar nuestras experiencias al límite para almacenar memorias, para tener qué decir, para asegurarnos de que estamos vivos; los minutos, sueños, objetos, son la orgía de la vida. El formato es una colección de penitencias, rompe el lienzo, lo penetra con listones, le adhiere telas raídas, mariposas, gotas de cristal que caen en lágrimas y semen, porque aquí hay llanto y gozo, porque si algo orilló a Julio a pintar fue el peligro de exponerse, vivirse, ser un agent provocateur, que su pintura lo utilizara y gozar con ella, como una víctima extasiada por los azotes. El collage es un pretexto estético que prolonga la naturaleza testimonial de su pintura, pinta a la vida que se sale de control y encuentra refugio en el lienzo, su fetichismo le exige habitarla con objetos.
 
 Exhibicionista y misterioso, inventa símbolos y disfraces para ocultar sus secretos, en un alarde de menosprecio para quien mira la obra, impone la superioridad del creador sin permitirnos conocer el detonante, porque tal vez no lo hay. Julio como un niño malo, juega solitario, dice mentiras para que lo castiguemos, dice que sufre para que lo consolemos, y pinta para que lo amemos.