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Infrafilosofìa, dibujo de Eko |
La filosofía se ha quedado sin temas o preocupaciones para
generar pensamiento, especulan en las
nimiedades sociales, profundizan en lo superficial ignorando las grandes
cuestiones. La sociología desde hace años está entre las vertientes dogmáticas
que alistan sociólogos en grupos de choque hasta los que también hacen tesis de
la fatuidad. Las universidades imparten cátedras y los ensayistas filosóficos escriben
libros sobre lo que antes estaba condenado al desecho y el consumo: las series de
televisión.
La sociedad de baja escolaridad siempre ha confundido la
ficción televisiva con la realidad, pero que lo hagan los filósofos es un
síntoma de la adopción de la frivolidad para no ver a la realidad. Estudios
sobre The Simpsons, los Soprano, Mad Men, y ahora esta serie de pelucas y
disfraces llamada Guerra de Tronos. Antes las telenovelas reunían a sociedad
iletrada, las discutían y las lloraban, y hoy son estas series las que reúnen a
los académicos que tienen la misma actitud de la adolescente que sueña con
casarse con un hombre rico. La ficción televisiva desde su origen hasta hoy es
un negocio que genera entretenimiento para vender espacios publicitarios, el rating jala anunciantes y consumidores.
Los filósofos y columnistas no lo ven así, se creen que la pantalla contiene
las claves de nuestra existencia, ven las implicaciones de los acontecimientos
políticos en sus capítulos, han encumbrado a sus guionistas en demiurgos que
descifran nuestra fatalidad. Los periódicos hacen reportajes sobre la trama,
entrevistan a los actores como si las experiencias e ideas del personaje fueran
del actor, incapaces de separar el ser ficticio del real y eso que la prensa está
para exponer hechos. La parte supuestamente intelectual de la sociedad está
trabajando para los corporativos de la televisión, son sus nuevos publicistas. Decirle
al público que una serie televisiva contiene valores humanos e intelectuales es
una invitación a que absorban ese pensamiento como algo profundo y
comprometedor.
La tendencia inició en las universidades americanas y es
explicable porque ellos son los dueños de este espectáculo, que una productora
patrocine una cátedra o le pague a un autor un ensayo es posible porque el
sistema lo permite. La cuestión es que esa visión se ha implantado hasta el
delirio y es ridículo que un programa de televisión detone un debate desde una
óptica acrítica y asumiendo que sus ideas son una propuesta intelectual. Estas
series son parte del imperialismo ideológico y no lo ven así, se tragan sus
ideas y las promueven.
La
filosofía analiza los diálogos de la televisión como si estuvieran leyendo a
Platón, inventando significados y predicciones como los tarotistas viendo el
futuro en sus naipes. La frívola ceguera de la filosofía es la que deberían analizar,
que acepten que han caído en la autoayuda, se avergüencen de los libros sobre
Facebook, y dejen de pregonar el negocio de la televisión. Es la infracultura
televisiva engendrando a la infrafilosofía.