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La moda da la libertad de aniquilar el pudor del ridículo,
divertirnos con lo que mañana nos avergonzará.
La combinación de elementos de El arte de
la indumentaria y la moda en México que se expone en el Palacio de Iturbide
es la arqueología del kitsch neo nacionalista. La presentan como la relación
entre arte y moda y ese es justamente el mal entendido: que expongan dos
cuadros de Diego Rivera, un Anguiano y algo más no es suficiente para
establecer esta relación. La indumentaria indígena y la obra de Rivera son una
muestra aparte que se sale de contexto. La ritualidad, elegancia y austeridad
del corte y los tejidos indígenas poseen
una armonía estética que choca con el ruidoso carnaval del resto de la
pasarela.

La muestra permite una experiencia ilustrativa y recreativa: la
descripción cronológica de cómo se gestó el kitsch neo nacionalista. Podemos
decir que tenemos dos etapas de modernidad: la que fundó el exilio español con
su influencia Art Decó y la determinación constructivista de vigencia
intemporal; y la que surgió en los años cincuenta y sesenta que degeneró en
desechable. El recorrido está acompañado con películas, es una tesis de cine y
sociología ver los fragmentos de Tulio Demicheli, Gavaldón o José Luis Ibáñez,
telenovelas filmadas, la “pose” ser ricos en un ángulo de sala, la modernidad
peinada con pelucas de caireles, la Nouvelle
Vague la recontextualisamos en Nouvelle
Camp, la radicalidad se viste de poliéster estampado. La falta de talento es
un leguaje cinematográfico que consagra a sus actores y directores.
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Armando Mafud |
En estos años se construye nuestra nueva identidad nacional, y entra lo
más fallido de la moda, la arquitectura y por supuesto el cine, fueron tan
modernos que ni cuenta se dieron de la dirección estética engendrada y que
merecía que se cayera a pedazos en el terremoto del 85. De las ruinas
construyeron el neo nacionalismo y surgieron los vestidos de crinolina
“inspirados” en los alcatraces de Rivera que desencadenaron la masificada
industria tacky de Pineda Covalín.
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Mitzy |
La ausencia de fragmentos de telenovelas y del concurso Señorita México
es un terrible vacío conceptual, porque son los escaparates de la moda y de la
esencia nacional, la apoteosis de la pureza de nuestra raza está en las misses vestidas de concheras, en la venganza
de clase de la sirvienta con senos de silicona, pestañas y uñas postizas como
la patrona. El rebozo se convierte en bandera política que padece la pusilánime
percha de sus usuarias, las “primeras damas” se lo amarran como un estorbo que
tiran después de la foto sexenal. Pirámides, águilas, lentejuelas, mariposas,
reconfigurados en el mismo proceso de los tacos de canasta servidos con
guarnición de “espuma de aguacate y jitomate confitado” o guacamole
resignificado. La literatura de Laura
Esquivel y Elena Poniatowska, la pintura y la cocina de Martha Chapa ven cantar
y bailar a sus hijos en el extinto grupo Garibaldi.
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Armando Mafud |
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Pedro Loredo |
El neo nacionalismo adquiere su épica en la intelectualidad
y los museos de arte contemporáneo, el ensayo literario se ocupa del futbol y
sus autores son galardonados; la revista Artes
de México derrocha cursilería oportunista con los luchadores AAA; la
balacera de la falta de sintaxis, narración y trama de la “literatura del
narco” invade las mesas de novedades. La obra de Betsabeé Romero, Amorales o
Cruz Villegas, le deben más a Mitzy, Pedro Loredo y Armando Mafud que a Jacques
Derrida. Lo que queda de “nuestras raíces” es el orgullo del populismo
reinventado.
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Julio Chávez |
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Pineda Covalín |