Daniel Maclise pintó un mural comisionado por el príncipe Albert para entonces celebrar los 15 años de la batalla, el boceto del mural es un dibujo en papel, mide 13 metros por 3 de altura, fue realizado en su totalidad por Maclise entre 1858 y 1859, y se exhibe en la Royal Academy. El dibujo recrea el momento en que Wellinton y Blücher se dan la mano reconociendo su triunfo sobre Napoleón. Maclise nos impone una visión deprimente, no hay orgullo, la desolación y el dolor han vencido, una vez más la violencia se detuvo cuando estaba ahogada de sí misma. Rompiendo la verdad histórica, el pintor rodea a los generales con una masa de soldados heridos, jóvenes mutilados, cadáveres.
El horror de la guerra narrado en la austeridad monocromática del dibujo, la monumentalidad épica, apoteósica, valiente, desacraliza la victoria, es la crudeza interminable de las canciones de guerra, “blood and fame” de Graves. El dibujo y la poesía penetran en las entrañas de la guerra, Maclise en Waterloo y Graves en la Primera Guerra Mundial, no hay diferencia entre sus relatos, la venganza es el calor que no se enfría “Walking through trees to cool my heat and pain”.
Los soldados se ayudan entre ellos, compadecen su miseria sin gloria, están agotados, desvanecidos, la influencia del neoclasicismo, la composición renacentista, la luz y sombra del dibujo construyen un relieve, podemos sentir la fiebre de esos cuerpos.
Es sólo dibujo y es sólo dolor, miseria, arrogancia aniquiladora, no fueron suficientes 60 mil cadáveres, la victoria sigue pidiendo más. El rostro de Wellington sombrío de vergüenza y tristeza, no se dirige a Blücher, de reojo ve a los soldados, escucha el himno triunfal de sus lamentos, su caballo Copenhague inclina la cabeza, esa devastación será su historia. Los testimonios históricos afirman que los generales acudieron al encuentro sin compañía, fue decisión de Maclise incluir este dolor, recordar a esos hombres que por hambre, obligación y el engaño del patriotismo dejaron la cordura y la vida en el campo de batalla.
No es un final, es una suspensión, el continuum de la composición anticipa
la pesadilla que habitará en los sobrevivientes, en las pérdidas, en las
mutilaciones. Los cuerpos entre cañones, fusiles, espadas, caballos, esa masa
de energía utilizada, desechada, basura amontonada, uniformes que ya no
significan, la Historia recupera dos nombres y el resto, eso que Maclise
dibujó, son cenizas, “blood and fame”.
La obra es heroica, es el llanto de David
ante el cadáver de Goliat descrito por Graves, el dibujo es tan detallado,
ensimismado, perfeccionista que representa el único homenaje real para esos
hombres masacrados, es un réquiem para la humanidad. La guerra es su propia
derrota, lo que vemos es el triunfo del dibujo como obra total, su austera y
contundente presencia, la belleza que logra, como a Wellington, avergonzarnos
de nosotros mismos.