lunes, 20 de junio de 2016

DRESS CODE

 La moda da la libertad de aniquilar el pudor del ridículo, divertirnos  con lo que mañana nos avergonzará. La combinación de elementos de El arte de la indumentaria y la moda en México que se expone en el Palacio de Iturbide es la arqueología del kitsch neo nacionalista. La presentan como la relación entre arte y moda y ese es justamente el mal entendido: que expongan dos cuadros de Diego Rivera, un Anguiano y algo más no es suficiente para establecer esta relación. La indumentaria indígena y la obra de Rivera son una muestra aparte que se sale de contexto. La ritualidad, elegancia y austeridad del corte y los tejidos indígenas  poseen una armonía estética que choca con el ruidoso carnaval del resto de la pasarela. 
 La muestra permite una experiencia ilustrativa y recreativa: la descripción cronológica de cómo se gestó el kitsch neo nacionalista. Podemos decir que tenemos dos etapas de modernidad: la que fundó el exilio español con su influencia Art Decó y la determinación constructivista de vigencia intemporal; y la que surgió en los años cincuenta y sesenta que degeneró en desechable. El recorrido está acompañado con películas, es una tesis de cine y sociología ver los fragmentos de Tulio Demicheli, Gavaldón o José Luis Ibáñez, telenovelas filmadas, la “pose” ser ricos en un ángulo de sala, la modernidad peinada con pelucas de caireles, la Nouvelle Vague la recontextualisamos en Nouvelle Camp, la radicalidad se viste de poliéster estampado. La falta de talento es un leguaje cinematográfico que consagra a sus actores y directores.
Armando Mafud
 En estos años se construye nuestra nueva identidad nacional, y entra lo más fallido de la moda, la arquitectura y por supuesto el cine, fueron tan modernos que ni cuenta se dieron de la dirección estética engendrada y que merecía que se cayera a pedazos en el terremoto del 85. De las ruinas construyeron el neo nacionalismo y surgieron los vestidos de crinolina “inspirados” en los alcatraces de Rivera que desencadenaron la masificada industria tacky de Pineda Covalín.
 
Mitzy
 La ausencia de fragmentos de telenovelas y del concurso Señorita México es un terrible vacío conceptual, porque son los escaparates de la moda y de la esencia nacional, la apoteosis de la pureza de nuestra raza está en las misses vestidas de concheras, en la venganza de clase de la sirvienta con senos de silicona, pestañas y uñas postizas como la patrona. El rebozo se convierte en bandera política que padece la pusilánime percha de sus usuarias, las “primeras damas” se lo amarran como un estorbo que tiran después de la foto sexenal. Pirámides, águilas, lentejuelas, mariposas, reconfigurados en el mismo proceso de los tacos de canasta servidos con guarnición de “espuma de aguacate y jitomate confitado” o guacamole resignificado. La  literatura de Laura Esquivel y Elena Poniatowska, la pintura y la cocina de Martha Chapa ven cantar y bailar a sus hijos en el extinto grupo Garibaldi.
 
Armando Mafud

Pedro Loredo
El neo nacionalismo adquiere su épica en la intelectualidad y los museos de arte contemporáneo, el ensayo literario se ocupa del futbol y sus autores son galardonados; la revista Artes de México derrocha cursilería oportunista con los luchadores AAA; la balacera de la falta de sintaxis, narración y trama de la “literatura del narco” invade las mesas de novedades. La obra de Betsabeé Romero, Amorales o Cruz Villegas, le deben más a Mitzy, Pedro Loredo y Armando Mafud que a Jacques Derrida. Lo que queda de “nuestras raíces” es el orgullo del populismo reinventado.

Julio Chávez

Pineda Covalín 

domingo, 5 de junio de 2016

SIN SIGNIFICADO

Saturado de textos, atiborrado de palabras, engordado con pretensiones semánticas, el arte VIP es un contenedor de significados, lo que sea, cualquier objeto y gesto están supeditados a “significar” y ese “significar” está constreñido, con una disciplina sectaria, a ser político, buen rollista, soft-izquierdista que no incomode al neoliberalismo. El paralelismo es: todo significado político da a la obra significado de arte, esto es, la condición de arte está supeditada a ser la depositaria de un slogan, hemos regresado a los regímenes totalitarios que despreciaban el arte que no fuera un instrumento proselitista. El compromiso creador no es con el arte, es con la propagación de un “significado”, así la obra es un significante atado a un significado políticamente aceptable. 
 
Rompamos con esa sumisión, el arte no está obligado a significar, a construir falsas metáforas para conquistar un valor o ser apreciado, el significado es una sensación íntima del creador, no más, es un presentimiento, es el primer latido de la obra. El arte contemporáneo VIP está condenado al significado porque tiene miedo al silencio, al espacio para que la obra exprese su propia realidad, se manifieste, requiere la literalidad conceptual para manipular al espectador, obligarlo a “entender” a asimilar. La necesidad del artista de plasmar un color, modelar arcilla, trazar una línea, es suficiente para significar, para nacer y existir como obra. El significado por más social-político y trendy que sea no es capaz de convertir algo en arte: la presencia del arte es su propio significado, que es capaz de marcar y alterar el espacio-tiempo, que se manifiesta en la urgencia expansiva de la creación.
La belleza, la imaginación y la factura han sido sacrificadas para ser sustituidas por palabrería significativa, tenemos prohibido sentir a la obra; la intuición, la emoción que nos contagia el color, la textura, los volúmenes, la estancia en la contemplación es poética silenciosa. La significación limita a la obra, la hace dependiente, la experiencia estética pierde la libertad de unirse con la sutileza de la obra, la complicidad del diálogo íntimo queda violada por la asamblea de conceptos. El artista que parte de un significado externo mata su voz interna, su instinto con la materia, la forma. La piedra es piedra, el rojo es rojo, lo que el artista y la materia tienen que decir está dicho en el objeto mismo, la manipulación significativa es una mentira adosada a la obra. 
La obra con la obligación de significar pide permiso para existir, castrada depende de un salvoconducto teórico, de una justificación frente al espectador, y no es así, la obra no tiene que justificarse verbalmente, la obra tiene que existir en su libertad y en su verdad. El significado inicia como un misterio que intriga al artista, y continúa como un misterio para el espectador que debe adentrarse en la contemplación para percibirlo, significar no es explicar, no es un panfleto que mutila el razonamiento.
Los vicios del lenguaje y de los conceptos enferman a la obra, la distorsionan, la hacen intransitable, no hay estancia posible dentro de algo sobre explicado, no hay investigación. Las obras que sobreviven, que trascienden como arte, son más grandes que el significado, más poderosas que los conceptos, son viscerales, orgánicas, nacen de la profundidad de la psique, de los azares del espíritu. Las que dependen de la tiranía de las palabras curatoriales, teóricas y académicas, morirán con esas palabras, desaparecerán en la vergonzosa tumba de la demagogia.