domingo, 28 de febrero de 2016

ROJO.

Henri Gervex se inspira en Rolla, un cuento de Musset, 
Incita al sacrificio, muerte, cambio, resurrección, entrega, estallido, el rojo desata el apetito porque nos excita, lo deseamos y exige el precio de tenerlo.
En los retablos góticos el manto de Cristo son cascadas de sangre, heridas que nunca cicatrizan, la resurrección del dolor cubre al cuerpo para hacer visible el alma.
 Velázquez, que hizo del retrato un espejo, pinta a Inocencio X envuelto en rojo, manto, trono, piel sanguina, el realismo le recuerda al pontífice que representar a un dios no lo hace divino. Francisco I toma en sus brazos a Leonardo de Vinci, el poder pidiendo piedad al arte, el pintor fallece y todo el arte se muere, el lecho mortuorio que pinta Ingres es rojo, cueva densa de terciopelo, sepulta el misterio, el cuerpo deja una obra eterna. 
Anita Berber se viste de rojo para suicidarse, Otto Dix pinta un altar en el cabello, el vestido, las uñas, los labios, la ofrenda a sus vicios, la redime en el exceso.
Courbet exacerba la visión del sexo y retrata a una joven que se desnuda mientras lleva puesto un zapato rojo. Hans Christian Andersen castigó a la lujuria y la vanidad de Courbet y en su cuento esos zapatos rojos desobedecen a la voluntad, enviciados en un tortuoso y frenético baile, hasta que un verdugo los mutila, el muñón queda como memoria y ausencia. El corset rojo tirado en el piso, Henri Gervex se inspira en Rolla, un cuento de Musset, la mujer descansa mientras su amante la mira antes de envenenarse.
Rubens anuncia el ultraje de Las hijas de Leucipo, el manto rojo entre sus cuerpos es sostenido por Castor, la violencia de la escena, el movimiento de lucha y orgia, está dirigida por el cupido perverso que lleva las riendas de los caballos, controla el deseo, lo instiga, nos ve divertido, gozando su travesura, incitando a Castor y a Pólux, el apetito de la carne es un círculo de insatisfacción.
En los rojos paisajes de Turner el cielo pinta a la tierra, que se prolonga hasta la pintura de Rothko, un paisaje sin cielo, sin tierra, clima puro que nace de no mirar, nace de sentir.
El cuerpo dentro de un cuadro rojo, microscopio que lo expande y lo deforma, Bacon retuerce las extremidades, saca los cerebros, mastica el sexo y lo abandona en la amorfidad esencial del cuerpo rendido que escupe su sangre en una muralla.
El Chakra que conecta los genitales con la Tierra es rojo, el calor del sexo se funde con el de la naturaleza, el gobierno del cuerpo está en ese centro.
Matisse se engolosina y plasma la armonía en una habitación roja, todo en esa pintura se come: la pared, el mantel de la mesa, las frutas, el vino, es la gula por el color y el trazo. Tamayo rebana la sandía y se come la pulpa, engolosinado repite decenas de veces hasta que nos deja hartos y decepcionados, buscando comer otra cosa que no sea su sandía.
Los muros de Pompeya son rojos, la lava del volcán los dejó intactos, los lamió para descubrir a qué sabían, cómo conseguían estar ahí, ignorándola, retándola.
Baco consagró la sangre y la transfiguró en vino, las religiones beben sangre, el vicio y el fanatismo insaciables se dirigen al mismo lugar, comparten caminos, se encontrarán aunque se odien.
Federico García Lorca tiene un río, llagas, alacrán y tristeza, vio y cantó demasiado rojo, él como su Juana la Loca, fue “un rojo clavel ensangrentado”. 
La libertad, la revolución, la lucha armada, las banderas tiñen de rojo a héroes y tiranos, un orden muere para que otro surja. José Clemente Orozco pinta un hombre en llamas, Ícaro incendiado renace en la bóveda de la Historia, eterno rojo oxido.   

EL MOMENTO DEL MIEDO.

“El momento de más miedo es justamente antes de comenzar a escribir, después de eso las cosas sólo pueden mejorar”, nos dice con optimismo Stephen King, porque muchas veces las cosas empeoran, ese miedo continúa y paraliza, no hay una línea que se atreva a ahuyentarlo, una palabra que acabe con el terror. King es experto en escribir historias en donde los escritores padecen su mediocridad, se burla de ellos, los encierra con locas que les rompen las piernas por escribir novelas rosas de supermercado, los hace asesinos, su diversión morbosa es la incapacidad ajena. En su novela The Shining el personaje Jack Torrance pretende escribir una obra de teatro, copia miles de veces, maniacamente la misma frase, “all work and no play makes Jack a dull boy”, se lo dice a él mismo, memoriza su impotencia. El escritor que se siente mecanógrafo, escribe sin límite, no corrige y deja todo lo que su cabeza expulsó, sin la distancia para apreciar si eso tiene o no calidad, es tan mediocre como uno que no puede sacar una línea. Dura realidad. 

La película francesa Un Homme ideal, del director Yan Gonzlan, el personaje es un escritor joven, envía su primera novela a una editorial y le dicen que no les interesa, obviamente por mala. En su trabajo en una mudanza encuentra el manuscrito del diario de un soldado de la guerra de Argel, y su esterilidad creativa lo empuja a plagiarlo. Este texto le regala éxito, fama y premios. La historia es un homenaje a King, lo citan varias veces y hacen el mismo escarnio con la falta de oficio. Al entrar en el vértigo de la fama se da cuenta de algo terrible: se puede plagiar un texto, pero no se puede plagiar a un escritor. No se puede fingir que se escribe, así que ensaya respuestas de escritores reales, se documenta para responder en las entrevistas. El fáustico regalo implica como condición ser un escritor de verdad, el editor le llama para exigirle que cumpla su contrato, escriba un nuevo libro o que regrese el adelanto.
El joven escritor prefiere plagiar, asesinar, mentir, robar, y además, fingir su propio suicidio antes que sentarse a escribir. En el momento que se atreve a plasmar su texto ya la mentira lo tiene asfixiado, así que, como en una novela, decide matar al personaje, al escritor que nunca fue.
Estas historias significan algo en países con un compromiso serio con la literatura, que no es nuestro caso. Aquí premian escritores plagiadores, las demandas no diezman en lo más mínimo su prestigio. Si el joven de la película toma el manuscrito rechazado, lo postula para la beca de Jóvenes Creadores se la otorgan y además si se le tapa la vertiente creativa, se la vuelven a dar para desatorarlo. En la película el joven trabaja en una mudanza, algo inimaginable en nuestra realidad, ¿cómo un escritor va a trabajar si necesita el tiempo para crear sus joyas en twitter? La comprometedora gestión que muchos escritores hacen para que les den becas y premios es preferible que sentarse a escribir y hacerlo de forma decorosa. El aparato de favores produce la enorme cantidad de libros ilegibles pagados con becas y la pléyade de escritores con mala fama de ser talentosos. Siguiendo al escritor paradigmático que es Jack Torrance, deberían encerrar en un aislado hotel a los escritores, y como parte de la beca y del premio obligarlos a leer las novelas, ensayos, palíndromos y twitters de todos ellos. Antes es recomendable que retiren las hachas para que no acaben como en el final de Shining, poseídos por su falta de talento.