domingo, 11 de octubre de 2015

EL INFIERNO DEL EGO.

Expulsión del Paraíso. Juan Correa, siglo XVII. Óleo sobre tela
 La terrible obligación de ser está fuera de nuestro mundo, en otro que no podemos abarcar, comprender o conocer. La conciencia de nuestros actos es el primer paso, noción horrible, a partir de ese momento la causa y el efecto nos darán una guía. Juan Correa pintó su extraordinaria obra La expulsión del Paraíso en 1680, su composición parece inspirada en el Paraíso Perdido de John Milton publicado en 1667. El drama de esta fábula radica en que Adán y Eva no tienen opción, no hay posibilidad de hacer una elección correcta en la ignorancia de una realidad voraz con nuestras fallas. Son seres amorales y su expulsión, como el príncipe Siddhartha, los inicia en el difícil camino de adquirir una ética personal. En ese momento entran al primer estado moral, el del miedo, actúan siguiendo la autoridad de un ser más poderoso.

 La composición es idéntica a la descripción de Milton: en un ángulo están Adán y Eva, vestidos, conscientes de su desnudez, una de las primeras manifestaciones de la conciencia es la vergüenza. En el poema de Milton la serpiente le habla a Eva durante un sueño, la irrealidad es el territorio del ego que pide y ofrece banalidades, por eso no aparece en la pintura, porque el acto de ceder se ha consumado. La pareja está de rodillas, la tragedia es que apenas saben que su falta fue seguir la voz del ego, que los despojó de la paz de no desear y emprenden con dolor su viaje al conocimiento de la realidad y de ellos mismos, el miedo a ese trayecto espantoso, sin certezas, los hace suplicar un regreso imposible.
 A un lado están un conejo, que es la lujuria, una ardilla que es la astucia y maldad del Diablo. El Arcángel Miguel, como en el poema, cumple la misión de expulsarlos del Paraíso, señala el cielo con la espada de fuego, les reprocha la dimensión de su falta y les advierte que aunque aspiren al perdón jamás regresarán a ese Paraíso marcado por un umbral simbólico, translucido, triangular porque es divino, no es un sitio físico, es la frontera entre la vida espiritual y la vida material, entre la satisfacción y la insatisfacción. El árbol es símbolo de la materialidad que crea ataduras, evoca a la vegetación de la Nueva España, los pensadores novohispanos especulaban que el Paraíso recobrado estaba en este continente, el Diluvio no había castigado sus tierras en las que iniciaría una nueva era de Adán. El árbol cargado de frutos es hermano del Árbol Florido de los mexicas, del jardín del palacio donde habitaban los Padres Divinos, germinado de semillas-corazones, sus ramas sangraron cuando los hijos desobedientes las cortaron violando su abundancia. Los Padres los expulsaron, condenándolos a habitar en esta realidad.
Milton canta: “Happiness in his power left free to will. Left to his own free-will, his will through free… Yet mutable”. Controlamos nuestra felicidad pero la libertad la puede convertir en otra cosa, la mutabilidad de la voluntad es una característica de esa libertad. La abundancia que han perdido Adán y Eva es la de la satisfacción, ignorando la voz del ego tenemos lo que necesitamos, eso nos hace verdaderamente libres, porque nos tenemos a nosotros mismos, somos uno. El trabajo cotidiano que ahora tienen como castigo es saber cuál es la satisfacción real y el hambre a la que el ego nos condena. Este castigo los empujará al proceso que da sentido a la existencia: conocerse, saber que son débiles, que sólo formando su propia ética tendrán una razón de ser, que esa sabiduría los mantendrá lejos de la tiranía del ego.