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Yoko Ono, Painting for the wind, 1961. |
“Desde que una pedazo de papel es el único documento que
esencialmente le da valor a un trabajo de arte conceptual hemos buscado la
forma de proteger las inversiones de nuestros clientes, en el caso de que le
suceda algo a ese certificado” Afirma Jonathan Crystal vicepresidente de
Crystal & Co asesor de pólizas de seguros que ha diseñado con AIG Private
Client Service un producto que cubre la pérdida del documento que acredita la
designación como arte de un objeto cualquiera. Hace algunos años aseguraron la exposición de
cuartos vacíos del Museo Georges Pompidou, las pólizas “protegieron” los
certificados que decían qué significaba cada cuarto vacío. Tenía que ser una
aseguradora y su criterio completamente realista y anti retórico la que definiera
qué son estas obras: una factura de compra. La galería no vende un objeto,
vende un certificado que describe una obra, afirma que es “auténtica”, quién es
el autor y da el instructivo para rehacer esa ocurrencia. Esta descripción
acompañada de la factura es la legitimación como arte de las obras del estilo
contemporáneo VIP, porque dan fe del precio, y lo más importante, que alguien
pagó por eso. Lo vendieron como arte, entonces es arte.
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Obra en la Galería de Luis Adelantado, Zona Maco 2013. |
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Obra de Sol Lewitt. |
Existe aquí una flagrante contradicción que traiciona el
aparato retórico de las obras del estilo VIP: Han pugnado por acabar con los
conceptos de unicidad, trabajo artístico autoral, propiedad intelectual y originalidad
con objetos sin factura como el ready-made
o tan deficientes y facilones que los puede hacer cualquiera, la “apropiación”
es el canon que solapa la violación de los derechos de autor, buscan que las
obras sean enunciados aplicables de la forma que mejor les convenga, mandan
hacer las obras en talleres o factorías, es incongruente que generen el papeleo
que los legitime como artistas, que autentifique su autoría y que haga
“original” su obra. Este documento demuestra que estas obras no son una
propuesta intelectual, son a tricky
business.
Hagamos un ejemplo: “La obra Autodestrucción 2 es original de Abraham Cruzvillegas, para
realizarla tiene que comprar desechos de una demolición, escombros, piedras,
tablas, etc., y distribuirlos en un área de 3 metros cuadrados”. Estas
instrucciones garantizan que un montón de basura tiene un autor y se convierte
en arte si alguien compra ese certificado. Cualquier otra reunión de basura,
aunque sea igual, no es una obra de arte “autentica” porque no tiene ese papel
que vende el galerista. Si el museo o el coleccionista pierden ese certificado
la obra desaparece, el papel es la obra, no las reproducciones que se puedan
hacer de ella. Un coleccionista perdió el certificado de autenticidad de una
obra de Sol Lewitt y éste le negó una copia, le dijo que la obra de arte era el
papel con las instrucciones para hacer el dibujo, no la ejecución de esas
instrucciones. Lo mismo sucede con los estudiantes de arte, los certificados
escolares los acreditan como “artistas”, no su trabajo, resultados o sus obras.
Son artistas sin saber qué es el arte.
El primer certificado de este tipo lo hizo Marcel Duchamp en
1944, cuando ante un notario inscribió su L.H.O.O.Q
como un ready-made “original”, en ese
momento se desplomó su retórica y demostró que era un pequeño burgués que recurrió
a un trámite burocrático para legalizarse como artista y autor de un objeto sin
autoría. Las eruditas compañías aseguradoras podrían vender una póliza que
cubriera a los artistas VIP por los daños y perjuicios de carecer de talento y
tener que vivir del oportunismo académico.