domingo, 22 de marzo de 2015

BJÖRK EN EL MoMA.


La fama es tan egoísta y deseada que no tenerla obliga a parasitarla. La expectativa por la exposición retrospectiva de la cantante Björk en el MoMA de Nueva York prácticamente nulificó a la aburrida y fría feria del Armory Show. Era tal el ansia por ver qué habían diseñado los supuestamente modernísimos curadores del museo que la desilusión implantó un ambiente bipolar: de la urgencia al fastidio. Mientras en el Armory Show el stand más exitoso fue el Bakery Café donde los críticos se amontonaban y se rellenaban de recién horneados croissants de chocolate ensuciando sus abrigos arrugados y sus bufandas de bolitas; en el MoMA la perfecta y extravagante elegancia bisexual talla ultra small parecía un requisito para entrar a la exposición. 
 El recorrido: primero nos metieron en un cuarto con dos pantallas panorámicas a ver el más reciente videoclip de Björk del álbum Vilnicura (del latín vulnus herida y cura curación) titulado Black Lake y dirigido por Andrew Thomas Huang. Se supone que estamos ante a una cantante vanguardista que su trabajo merece un museo que exhibe lo más actual, y el clip es otra vez la agotada convención de que alguien canta en medio de lugares absurdos, en este caso un paisaje volcánico, rocoso y húmedo, y que la repetición incesante de tomas es lenguaje artístico. Björk tiene la expresión corporal de una paciente de terapia de las constelaciones en plena regresión infantil y en el video se ve pasada de peso para un vestuario estilo cavernícola-ecológico color alga marina. Para entrar a la siguiente área había que reservar los boletos, una precaución excesiva, porque era el segundo día de la exposición y ya se había corrido el rumor del fiasco. Continuamos en un pasillo cubierto de pantallas y una audio-guía susurraba lo que proyectaban: más videoclips. El resto del montaje claustrofóbico, con más pantallas de plasma, algo de parafernalia y vestuarios de shows con cicloramas de fondo, cuadernos de notas con “poemas” o líneas de canciones, parecía el decadente “hall of fame” de Barry Manilow en Las Vegas: un mausoleo sin mantenimiento. En la tienda del museo había una sección con discos y libros con más poemas, canciones y fotos que recordaban a las extintas tiendas de Virgin Records.
 El montaje era mediocre y contradictorio, por un lado dicen que Björk tiene una carrera “experimental de excepcional talento” y por otro la menosprecian tratándola como a una artista que no alcanza la importancia de una performancera como Marina Abramovic, aunque lo que hace Björk, en puridad, también es performance. La comprimen en un espacio mínimo, obviando que Björk tiene mucho más material visual y miles de fans educados con espectáculos revolucionarios en tecnología, efectos especiales, ambientación y coreografía. La verdadera razón del MoMA para montar estas exposiciones es la adicción del estilo contemporáneo VIP la popularidad. Quieren ingresar en el fenómeno de masas de la fama, hacen obras con programas de televisión, se exhiben en performances tipo reality show, sus parámetros culturales están en internet y sin embargo el estilo VIP aun es ignorado por esa masa que copian.
 La idolatría que existe por futbolistas, músicos y actores no existe para los artistas contemporáneos VIP porque no tienen talento, no son admirables, no son personalidades carismáticas. Esta tragedia sucede en la tiranía del I like it y de la acumulación de amigos virtuales como rango de éxito para individuos e instituciones. Apropiarse de famosos de la música, cine, televisión, les da a los museos esa sensación de magnetismo que no tienen. El estilo VIP no genera colas en los museos, lo que jala es el trending topic, y eso era evidente en el resto de las salas. En una sala exhibían una cosa llamada Scenes for a new heritage con obras conceptuales políticas con “genialidades” como focos de Félix González Torres; en otra sala una horrenda selección de anti-pintura; y otra de infografías de un colectivo VIP que hace “trabajo comunitario”, todas estas salas estaban vacías. La Operación Triunfo del arte VIP se está revelando como un fracaso: todos son artistas pero nadie es una “estrella”. Los protagonistas de su star system son el curador, el dinero y la especulación. La celebridad es para el que compra basura, no para el que la hace. El secreto de ser famoso sin mérito es convertirse en icónico y mediático, pero los artistas VIP se quedaron en la invisible y mediocre retaguardia de lo sustituible, de lo olvidable.