domingo, 1 de marzo de 2015

EL CINISMO DE LA CRUELDAD: HERMANN NITSCH.

Es ominosa la protesta y la sumisión intelectual por la clausura de la exposición de Hermann Nitsch. La obra de este hombre es un espectáculo gore que se sostiene en ideas falsas que el “gremio artístico cultural” defiende sin avergonzarse.
Afirman que su performance indaga en la ritualización del sacrificio. Falso. El sacrificio tenía una razón: la ofrenda era una demostración de fe a una divinidad para que ésta se mostrara benévola, no era un acto estético o recreativo. Sin esa intención esta acción se reduce a matar por matar, es la exhibición de las patologías de una persona. Nitsch y sus supuestas orgías “dionisiacas” son un invento que carece de bases documentales. No hay ritual puesto que no hay misión, no existe una fe o religión que sacralice sus descuartizamientos. Las ofrendas humanas o animales fueron expulsadas de las religiones cuando la civilización entendió el valor ético de la vida, entonces el sacrificio fue metafísico. Matar en nombre de un credo o una ideología es criminal. 
Las atrocidades de Nitsch son intelectualizadas, incompatibles con la salvaje o primitiva “fe ciega” que cree e ignora. Cada vez que él ha matado a un animal para jugar con la sangre y las entrañas, lo hace con la consciencia de que los argumentos teóricos alrededor de su “ritual” son un disfraz que le permite complacer sus apetitos. Con premeditación manipula un estilo artístico y pervierte el valor de la libertad creativa y de expresión como el fanático que esgrime la religión para asesinar, los dos lo hacen bajo la impunidad de la “libertad de las ideas”.
Es un cinismo descomunal afirmar que está retomando sacrificios cristianos. Históricamente la crucifixión existió antes de Cristo, siguió existiendo después y nunca fue un ritual religioso, era una ejecución judicial pública. Las crucifixiones que hacen cada año en Iztapalapa son performances colectivos con énfasis en un voluntario que se prepara para personificar al profeta, y la exacerbación del sufrimiento es un ritual religioso para una divinidad. Las crucifixiones con personas y cadáveres de animales de Nitsch son la apología y el divertimento de un castigo que se prohibió por su crueldad. Los académicos tendrían que ser congruentes, si es que eso es posible, y también aceptar como arte contemporáneo las de Iztapalapa. Ante la protesta de los defensores de los derechos de los animales, Nitsch advirtió que él es un “amante de los animales”. Es la eterna demagogia del estilo contemporáneo VIP. Si denuncian daños ecológicos lo hacen contaminando; hacen obras feministas reduciendo a la mujer al más inmediato estereotipo y critican el hambre desperdiciando alimentos. Es el caso de Nitsch y de muchos artistas VIP que “aman a los animales” y gozan maltratándolos, matándolos o manipulando sus entrañas. Cualquier persona que respete la vida es incapaz de utilizar restos mortales para hacer un show con algo que invariablemente significó dolor. La muerte no se recrea porque la muerte es única.
Clamaron mundialmente que lo “censuraron” y cancelaron su exposición. No hay censura, hay indignación social. En Nueva York en el 2011 presencié uno de sus performances y ahí se disciplinó, lo hizo con pintura de colores y esa memorabilia la vendieron como “obras pictóricas”. En cambio acá trató de aprovecharse porque no hay ley que detenga la barbarie artística y delincuencial. La tolerancia ante la impunidad nos ha llevado a la degradación social que padecemos, la indignación es un gesto de civilidad, de urgencia para tomar consciencia de que la crueldad es insoportable.

La sangre derramada siempre significa muerte y violencia. El que exhibe esa sangre hace escarnio del dolor de otro, de su indefensión y su tragedia. Durante milenios los animales han sido víctimas de los humanos, esa vulnerabilidad, nobleza y generosidad no merecen el menosprecio del “arte”. La antropocéntrica arrogancia de Nitsch y su irracional superioridad sitúa a los animales como indignos de respeto y que tienen la función de soportar los caprichos patológicos de los seres humanos. Es intolerable que un matadero y su memorabilia sean llamados arte, y es abyecta la defensa de los “intelectuales” a una “obra” sociópata.  

TURNER PINTA A TURNER.

 “¿Dónde está el barco?” Pregunta irritado un hombre que ve la pintura de Turner titulada Snow Storm –Steam boat off a Harbour’s mouth-. Efectivamente, el barco es invisible, tragado por las olas voraces, la tormenta, el humo, el viento, las luces de bengala estallan y el mástil inclinado resiste el naufragio. La exposición Late Turner en la Tate Britain en Londres exhibe las obras realizadas en los últimos años de vida del pintor. Al igual que sucedía hace más un siglo, algunos visitantes se esforzaban por encontrar los barcos y saber desde dónde fueron pintadas las escenas marítimas y los paisajes. Con la falta de imaginación que impera en el arte contemporáneo VIP que sólo conoce el lenguaje reiterativo y la obviedad, las obras de Turner son incomprensibles.
Las pinturas de Turner no son consecuencia literal de las anécdotas inscritas en los títulos largos y apegados a la terminología naval. Es imposible ubicar con insistencia documental los puntos de vista desde donde se dice que están pintadas las obras porque estos son producto de su imaginación, y de su preocupación por experimentar en la estética de fenómenos físicos y fantásticos. Los paisajes hay que habitarlos, la clave está en el color, en las plastas del temple óleo, que construyen planos y capas, que crean centros visuales, alteran la posición arbitraria del testigo, imponen nubes; en las manchas que resuelven la vaguedad de los planos, que borran la frontera entre el terreno y el cielo.
Turner entendió que los elementos de la naturaleza tienen una relación inestable y dinámica, que lo importante era captar el efecto, no la forma. Turner logró que su pintura se comportara con la autoridad del fenómeno de la luz, como un elemento inasible, con movimiento propio y sin materia que transforma la apariencia de elementos sólidos, matéricos y tangibles. Con esta fijación casi científica investigó en el reflejo de la luz en los estados líquido y gaseoso del agua y la manifestación cinética de las condiciones climáticas: la neblina, bruma, tormenta, mar agitado o quietud turbia. El reflejo de la luz de Turner transforma el paisaje, el terreno, la presencia del agua hasta llegar a ser irreconocibles. Sus pinturas son una reinvención antinatural de su observación de la naturaleza.
Estas piezas descubren la madurez de Turner cuando dejó de defenderse del público que decía que esos naufragios y paisajes eran imposibles, y aceptó que su interpretación de la luz desapareció a la realidad, la hizo insignificante para su obra, que su búsqueda fue la narración dramática de su entorno. El campo o el mar se convierten en planos para experimentar con efectos cromáticos, en el cuadro Snow Storm –Steam boat off a Harbour’s mouth- un remolino ocre se eleva al cielo para continuar en el mar, es una gran boca en azul, gris, negro, blanco, que devora un centro más oscuro que es el barco, nos arrastra a la vulnerabilidad de la nave que pelea una batalla desigual con el cielo y el mar, con la superficie y el espacio. Así juegan el tiempo y el destino con nosotros y con esa incertidumbre necia peleamos para no ser tragados en su remolino. Su trabajo sobre la alteración de las formas a través de la luz dio paso al Impresionismo, que inexplicablemente no avanzó, significó un retroceso de todo lo que Turner había logrado. La pintura de Turner fue más lejos de su presente y de su futuro. La secuencia lógica en la pintura es Constable, los impresionistas y después Turner para llegar al abstraccionismo. Rothko está más cerca de Turner que los impresionistas. 
A los 71 años pintó The Angel standing in the Sun, plastas de pigmentos anaranjados, grises, blancos sucios, la luz metafísica emerge del ángel que levanta su espada sobre cuerpos difusos y aterrorizados, la anécdota es una fábula y Ruskin fatalista lanza el juicio final: “es indicativo de una enfermedad mental”. Turner, cómo todos nosotros, no sabía cuándo iba a morir, pero sabía que su obra ya estaba fundida a su existencia, la consciencia se anunció como locura. La luz nebulosa, la radiación del resplandor centrífugo del ángel se lleva años de paisajes, naufragios, soledad, luchas internas, para arrojar pintura pura, Turner puro.