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“Nosotros creemos que los consumidores son el centro
de la dona”. La obsesión decorativa de la exposición de Yayoi Kusama en el
Museo Tamayo debería cambiar su texto curatorial por el statement empresarial de las donas Krispy Kreme. Esta obra es un centro vacío dentro de un círculo empalagoso,
para una sociedad que evade pensar, que necesita aturdirse de azúcar, que
admira y encumbra un estilo artístico que es un placebo cerebral. Los
barroquismos de la psicodelia están provocados por el LSD y los puntos de
Kusama por un postre relleno de cremosos ansiolíticos. Kusama aclara que los
puntos y las variaciones Krispy Kreme
de chispas de colores son sus alucinaciones, consecuencia de su conflictiva
psique y su torturada vida, menciona anécdotas melodramáticas del hospital
psiquiátrico como un hogar con facilidades psicotrópicas para la creación. Incongruente
con la desgraciada biografía que la detona, esta reiterativa obra es una “fantasía
glaseada”, imitación de la reducida noción de felicidad que la sociedad de
consumo vende como un estado estúpido que suspende al cerebro de sus funciones
cognitivas. Se supone que el estilo VIP es para reflexionar pero Kusama
evidencia la cómoda realidad de un estilo fácil que le permite descansar y poner
sus limitadas ideas en manos de un equipo de diseñadores de interiores que las
diversifican en marketing, vestidos, bolsos, cortinas, muebles, etcétera.
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Obra de Yayoi Kusama, Dots Obsession 2011 as part of ‘Yayoi Kusama: Look Now, See Forever’, Gallery of Modern Art, 2011 |
Es pertinente analizar qué clase de sociedad tenemos
que considera y expone como arte este ejemplo de banalidad y frivolidad. La
seriedad presuntuosa con la que ven y describen esta obra contrasta con su
presencia ridícula, que se multiplica en la insustancialidad y la falta de
contenido, es un retrato clínico del sinsentido del concepto de arte que
manipulan la crítica, las universidades y los curadores. La terapia ocupacional
derivó en una compulsiva decoración acaramelada, su narcótica elementalidad responde
a una sociedad que reposa su escaso juicio y nulifica el sentido crítico. La manada
social camina sonámbula, quiere obras insignificantes que imagina divertidas, busca
la ausencia de complejidades para disculparse de ejercer su inteligencia. Lo
expuesto, desde el cuartito de luces hasta las “actividades”, son una fuga
continua, un devenir entre una imaginación perezosa y la académica sobrevaloración
argumental sustentada en el lugar común. ¿Por qué la sociedad no quiere pensar?
¿Por qué el arte ha llegado a estos niveles de desidia mental? Todos tienen
derecho a renegar del compromiso de razonar, infra-vivir en demencia
voluntaria. La existencia es difícil, demandante, involucrarse es una
disyuntiva dolorosa. Estar en contra de la inteligencia se ha convertido en el
comportamiento políticamente correcto, en una oportunidad de convivencia,
disentir o cuestionar es una actitud indeseable, antisocial e incómoda. Los
individuos quieren ser populares, ser trending
topic, tener miles de amigos y eso se consigue con simpatía.

Por eso es absurdo que esta obra no se asuma como el
pretexto comercial enajenante que es y la sitúen en un museo, le den una
infraestructura intelectual y la llamen arte. Deberían llevarla a sus últimas
consecuencias, liberarla de las estrecheces institucionales, pintar con el
mismo estilo el centro de convivencia infantil y la montaña rusa, poner
animadoras y payasos mostrando la exposición disfrazados de Kusama, invitar a
los asistentes a una alberca de pelotas, con observadores psiquiatras, sociólogos
y antropólogos que hagan un estudio de lo que está pasando con el arte. Hace décadas
que la televisión dejó de ser la “caja idiota” hoy ese honor es del museo que es el "cubo blanco idiota", la supuesta
pauperización intelectual televisiva es propiedad de exposiciones como ésta que
convergen con la exponencial venta de comida basura, medicamentos, drogas, es
el gigantesco conjunto de elementos que construyen un entorno social
irracional, complaciente, adicto a la satisfacción fácil. Es un desperdicio que
este magno escenario no sirviera para velar los restos de Chespirito que habría
tenido un marco a la altura de su talento e inspiraría a la comunidad
intelectual a escribir textos que más tarde reconocerían con El Premio Nacional
de Ensayo.