El cuerpo va más allá de la presencia para demostrar
consciencia de su existencia y de su percepción de sí mismo, podemos ver cómo
los modelos y Egon modelo habitaban sus cuerpos. Las manos son parte esencial
del retrato, tienen autonomía, los dedos se tensan, hacen señales, se alargan, expresan
un lenguaje coreográfico, son herramientas cómplices que tocan y dibujan. Esta
observación es neurótica, somatizada, los retratos de mujeres jóvenes en ropa
interior, mostrando genitales o él mismo masturbándose, lejos de idealizar la
vida la diseccionan, vivir es un constante desgaste, el cuerpo no se recupera
de la experiencia de ser, el cuerpo se autoexplota, se consume. La distorsión de
los rostros azules, verdes, anaranjados, manchas térmicas, manifiestan la
distancia que Egon tenía con lo que sus ojos le informaban. La realidad no
forma parte de la obra de Egon, el autorretrato y el retrato no son una visión,
son una experiencia.
Egon
no le creía a su vista, no dibujaba lo que sus ojos captaban, se concentraba en
entender, en inventar. Egon se extinguió en plena juventud, la muerte inmortalizó
su existencia, como si presintiera que su vida sería corta, rechazó a la
realidad que lo arrancaría del arte. La gripa española, la fiebre que tantas
veces dibujó, el estado alterado del cuerpo, la coloración azul sintomática de
los enfermos y de sus dibujos, le devoraron el cuerpo, dejando su obra como la única
realidad de su vida.
domingo, 16 de noviembre de 2014
EGON THE BAD BOY.
A los 22 años fue encarcelado por dibujar “material
indecente”, los retratos de las adolescentes que invitaba a su estudio, y murió
a los 28 años con un lenguaje artístico consumado. Egon Schiele dibujaba
traspasando la figura humana, la hacía transformarse con su neurosis, el tejido
muscular de su obra está plagado de venas, su cuerpo es un mapa de la histeria,
de la psique del modelo, es la fisiología de la obsesión, descubrió cómo el
cuerpo se adhiere a la información sensorial y cómo exuda lo que percibe. Los
dibujos eróticos que le costaron 24 días de prisión, no son poses, son
respuestas, son el cuerpo rendido a sus propias reacciones. Egon, el terrible, renuente
a someterse a los dictados de la Academia, outsider, conquistó el dibujo formal
para romperlo, para reinventarlo, lo tragó y lo vomitó para hacerlo suyo, creó
un trazo que disecciona la corporeidad, el sexo se hace patológico,
hipersensible.
La Neue Gallery de Nueva York expone sus retratos y
autorretratos, en una museografía exhaustiva, con obras icónicas, que requería
más espacio. Los muros están saturados de dibujos, piezas que lucirían mejor
con más aire. Este exceso de obra parece un statement
en una época en la que exhiben en una sala de cien metros un readymade infra
inteligente, obra de algún artista de cuarenta años que aún se presenta como
emergente y rebelde. Egon ególatra, tenía un espejo de cuerpo entero y se
observaba en él desnudo, llorando, amenazando, no se veía como persona, se
tenía a sí mismo como objeto artístico, educó a su cuerpo para ser el modelo
más accesible y obediente a sus deseos. Después de ser encarcelado por dibujar
niñas, Egon se convertía en su niño pervertido y en su pervertidor. Egon se
entregaba al Egon artista, le dejaba ponerle las nalgas rojas y verdes como si
lo hubieran azotado por malcriado. Egon fue dibujante, su trabajo desarrolló la
línea de un nervio largo que se retuerce, se enreda, estira, estalla crispado
en un contorno palpitante. Los retratos de amigos son intuitivos y cumplen con
un parecido que manifiesta el estilo del artista, pero Egon es Egon con la obra
erótica. Las prostitutas, las adolescentes tocándose, sus autorretratos rompen
el estereotipo la sensualidad, son los estertores nerviosos del deseo, las
ramificaciones ansiosas de un cuerpo completamente trastornado con lo que vive.
El dibujo de Egon trata de ir dentro del cuerpo del modelo y captarlo con esa
mirada particular que distorsiona la imagen del espejo. La figura y sus poses
no eran inertes, eran un punto de partida, el dibujo no se detiene ahí, lo que
Egon trasmite es la consecuencia de los cambios que el organismo padece, el
frío, el calor, la enfermedad, los fluidos, ese paisaje impredecible de
trasformación incesante.
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