Decenas de muñecas inflables para juegos sexuales, sex dolls, colocadas en una ventana fue
la última exposición de la artista conceptual Elaine Sturtevant. La “obra”
tiene un statement político feminista obvio y elemental pero al curador le
pareció reveladora, impactante y profunda. El arte contemporáneo VIP tiene
obsesión con la política y la pornografía. Ser comprometido es crear obras que
derrochen demagogia y que además, claro está, sean pagadas por el sistema al
que “critican”. La noción que existe de lo políticamente artístico es el juicio
amable de una situación que, suponen, pone a la sociedad en apuros. Como la
mayoría de las obras, por limitadas y estultas que se sean, tienen un texto
socialmente manipulable, éstas ya pasan desapercibidas. Es tal la avalancha de
intenciones político-sociales-humanitarias que si sumamos los textos y los
comparamos con los discursos de campaña de cualquier político populista,
veríamos para quién trabajan estas obras. Los artistas VIP se parecen a los
políticos en que los dos encubren su fraude y falta de talento con intenciones
y palabras huecas.
Con el sexo tienen
otra opción, el tema les resuelve varias cosas: Audiencia segura, la noticia en
los medios y la increíble facilidad de la obra. Robarse imágenes de la
industria, colocar juguetes sexuales o acometer el show en vivo en la segura y
cómplice área de exposición para “transgredir”. La eterna minoría de edad que
explota el arte VIP no se ha dado cuenta que el porno es tan accesible,
inmediato y abundante que no pueden impresionar parasitando el lenguaje de la
industria. No se acercan al placer o al misterio del deseo, se van a la
rudimentaria iconografía reciclada y vomitada millones de veces por un negocio
más rico y global que los refrescos o las drogas. Esto es injusto porque los
profesionales de esta industria viven su trabajo con muchos riesgos y
exigencias que no cumplen ni remotamente estos oportunistas VIP. Los porno
profesionales tienen un trato denigratorio y persecutorio en la mayoría de los
países y sociedades que los desea y consume; son despreciados y explotados,
citando a Marx, como una clase obrera sin derechos. En cambio los performanceros y artistas VIP, que
están obsesionados con sus escatológicos recursos artísticos, se exponen en la
Bienal del Whitney, la de Venecia o de perdida en el museo del Chopo.
Recientemente las arbitrarias autoridades cancelaron Expo Sexo y Erotismo en la
Ciudad de México, y si ese show lo montan idéntico en una bienal de arte y le
ponen unos textos ilegibles con citas que vayan desde Freud hasta Lipovetsky,
Danto o el pensador estético de moda, los premian con el León de Oro. La
próxima vez que organicen esta feria deben anunciarla como instalación y
performance de arte contemporáneo, con venta de obras para que entren los
juguetes y afrodisiacos, y con eso no hay manera de que los clausuren. La obra
de Yann Leto en Arco Madrid fue una bailarina de tubo, pole dance, y como es de esperarse, también tiene asunto político:
“A través de esta
obra, quiero llamar la atención del espectador y hacerle reflexionar sobre la
situación que atraviesa nuestra sociedad actual. Somos sujetos de un un
congreso un poco febril que toma decisiones que no se adaptan a la situación y
ponen en peligro el bienestar del ciudadano”. Los guiones de las películas porno son infra
malos pero los argumentos de estos artistas VIP son peores.
La ominosa
hipocresía de nuestra sociedad condena a unos y aplaude a otros. Si cobrar por
la exhibición o el intercambio sexual es un delito de trata de personas, estas
piezas que se exhiben en museos no deberían venderse, ni cobrar por verlas o
pedir apoyo económico por lo que hacen. No existe la performancera capaz de bailar
en el tubo como las expertas y no hay un artista VIP que pueda hacer su show sado
masturbatorio en un museo como lo hacen los jóvenes actores que se atragantan de
viagra para aguantar las maratónicas filmaciones. Por si fuera poco también quedan
rebasados en la competencia con los amateurs y espontáneos que se exhiben en
internet sin aspiraciones estéticas o comerciales, que lo hacen por diversión. En
esto, como en la mayoría de expresiones que abordan, los artistas VIP son
mediocres y de nula creatividad. Una solución para su impotente sexualidad
artística es que se den de alta en el porno cannel y que los museos tramiten la
licencia de antro.