domingo, 6 de abril de 2014

APOLO ETERNO.

 El reloj es un objeto concreto que mide una abstracción: el tiempo. En física, las ecuaciones son abstracciones para explicar las leyes vivas de la naturaleza. La medida y la representación le otorgan inteligibilidad a las ideas. El arte le da visibilidad y presencia a ideas, emociones, situaciones que no podemos manifestar o materializar. Esta representación tiene una dimensión acotada que le permite ocupar un lugar: el cuadro del lienzo, el volumen de la escultura, el espacio del papel. Esa presencia se expande, es a la vez inalterable y movible en el tiempo, vive a través de él. 
Pensar en el arte por su temporalidad, darle sentido por el momento en que fue creado y hacer de ese momento el tema mismo, rompe con la línea eterna en la que vive el arte. 
El arte inventa un lenguaje que sea capaz de trascender el instante en el que la obra fue creada. La circunstancia que detonó el tema, es una condición que queda atrás para que el tema sobreviva a su propio momento y se suspenda en el tiempo, perpetúe su existencia.
 Un pescador de la franja de Gaza encontró un tesoro, con su red atrapó una escultura de Apolo. El mar lo protegió durante siglos y ahora lo expulsa de su morada. Apolo luce joven, de tamaño natural, su cabello ensortijado, su rostro adolescente, la barbilla afilada, está vivo, nos mira en silencio, extrañado de encontrarse fuera de su refugio, entre personas que lo tocan, que vulneran su delicado cuerpo. Se calcula que tiene unos 2,500 años de antigüedad y, sin embargo, libre de la muerte parece que nació hoy. Es la línea eterna del arte. La coincidencia de sus pasos está en que el arte surge de lo más esencial del ser humano, de ese fenómeno increíble de inventar algo, de crear, de aportarle sentido a la existencia.

 El arte contemporáneo centra su limitado sentido en el momento y en los medios de ese momento. Su razón de ser está en la finitud misma, ese instante que se acaba inevitablemente y que la obra no es capaz de sobrevivir. Se empecina en explotar las referencias inmediatas sin adentrarse en la profundidad: es un continente superficial para un contenido banal. En la medida en que la complejidad humana se presenta, el arte contemporáneo VIP se atrasa, la obsolescencia lo devora a pesar de su obsesión con la actualidad porque sus mensajes, materiales y medios son insuficientes para la necesidad que tenemos de pensamiento. Tratan de imprimir velocidad a las obras, estar ya, ahora, recurrir a lo que simbolice lo moderno: tecnología, voces, imágenes, temas. Los persiguen con una debilidad tal que llegan tarde, y caducan, desfallecen. La avalancha de la realidad misma toma un rumbo que siempre los deja perdidos en su retórica: los ruidos, las instalaciones, los videos se demuestran como obituarios de su instante. El tiempo que tendrían que ignorar para ser eternos, se impone como un dictador, la obra se ve sometida por lo que surja, por el oportunismo del ahora. 
Las interrogantes humanas son más grandes que los eslóganes que manejan como respaldo retórico de las obras. El objeto denominado como artístico se queda atrás, es anacrónico, con un falso significado que se construye de adjetivos arbitrarios, es una ilustración de la moda artística y académica, su vigencia es la ocasión. Con esta corta vida la originalidad el objeto es irrelevante, es caduco y puede ser reemplazado por otro que ilustre ese momento o a determinado artista.
El mar, dentro de su oleaje infinito, le dio un templo al joven Apolo y cuando lo regresa a esta tierra, su belleza nos conmueve, sigue encarnando valores divinos dentro de un cuerpo armonioso, puro, completamente humano. En esa masa de agua movible y agitada, sin principio y sin fin, Apolo encontró reposo y fuera de ahí, aun sin el contexto de un templo, sin la lectura de una religión, su presencia es la esencia del arte, de su intemporalidad. ¿Qué podría tragarse el mar, símbolo del tiempo infinito, de estas instalaciones, de estos gestos artísticos que nos pueda regresar siglos después y continuar su presencia como arte? El mar regresa tesoros, y también basura que invade y contamina las playas. El pescador que encontró al joven Apolo pensó que era un cadáver y al verlo supo que tenía enfrente a la eternidad.