La representación de este martirio llega a su clímax en la pintura religiosa y las diferentes versiones de las Tentaciones de San Antonio. El anciano profeta es visitado por lo demonios que tratan de retirarlo de la contemplación de su fe. El tormento de Antonio es que él ha generado a sus demonios, el más peligroso de todos es él mismo. En la desbordada y violenta pintura de Matthias Grünewald, óleo y temple sobre madera, panel derecho, 1512, Antonio es fustigado por especímenes terribles que se crecen ante la debilidad de su víctima. Grünewald se deja llevar por la influencia del Bosco y de Martin Schongauer en su obra de 1470, y seducir por la imaginación, ese demonio que posee a los artistas, y pinta seres con cuerpos de águila y brazos secos que azotan al santo con quijadas de burro y varas de madera; otro con cuernos y colmillos le arranca el cabello; una masa de voraces mutaciones que gimen, aúllan y lo despedazan dentro de la ruinosa cripta de la memoria en la que otros seres contrahechos y enloquecidos pelean y vuelan.
Este horror es tan grotesco y desbordado que podría evocar con una metáfora fantástica los fermentados remordimientos por lo que hicimos y lo que no hicimos. Antonio les permitió la entrada y cedió a dejarse poseer en la privacidad de su propio infierno, en el castigo cotidiano de recordar. Lo que trajo Antonio de su pasado se encarna en ese dragón, escuchamos sus alaridos y se deforma hasta convertirse en algo más fuerte que el profeta. Al lado de Antonio yace un enfermo de ergotismo, un mal que data del año 1095 causado por el centeno contaminado por hongos. Esta enfermedad también llamada “Fuego de San Antonio”, necrosa el cuerpo con fiebre y pústulas purulentas parecidas a la viruela. Miedo terrible al azar de las enfermedades. Miedo trágico es el azar de las personas que se convierten en enfermedades, en pústulas, en un castigo que no merecemos, que nos reusamos a dejar en el camino, lucimos sus cicatrices y las padecemos como un mal incurable.
Antonio se defiende y apuñala al dragón que le muerde
la mano con su pico rapaz: nos hiere matar lo que hemos creado y nos hiere más
dejarlo vivo. Para dar esta visión del pánico que posee a Antonio, Grünewald inventó
personajes que no podremos ver ni en el delirio o las drogas. Las torturas de
la psique carecen de forma, de tamaño, no tienen modelo o parámetros, sólo la
irrealidad del esperpento puede construir una metáfora que nos ayude a
comprender lo incompresible, a dimensionar su irracional presencia. El pasado
son imágenes, ideas que suceden dentro de nuestra memoria sin orden y con
voluntad propia, saltan desde sitios inaccesibles, se refugian en cavernas
oscuras. Traerlas desde ahí y hacerlas reconocibles dentro de su presencia casi
amorfa es un reto formidable, al ver los seres fantásticos de Grünewald, sin
coherencia ni proporción, evocamos ese miedo doloroso a desprendernos del espejismo
de la representación del mundo y lo que creemos que somos.