sábado, 28 de junio de 2014

PROPAGANDA Y EXPOLIO.


La propaganda trastoca la Historia en su beneficio. Es un arma de proselitismo que utiliza con cinismo y sin límite. Esto nos obliga a que la Historia sea analizada constantemente y que sus postulados sean cuestionados y rebatidos ante los hechos. La persecución y censura que hizo Hitler durante su dictadura en contra del arte es uno de los argumentos más ignorantes y obtusos para negar cualquier tipo de crítica al arte contemporáneo VIP. Es muy fácil clamar “es lo mismo que hizo Hitler y el nazismo”. Recordemos que las obras que señaló y quemó Hitler están aun hoy fuera de los museos ya que la ideología del estilo anclado en la novedad las rechaza porque son “medios tradicionales”.

En la Neue Galerie de Nueva York se expone hasta el 1 de septiembre Degenerate Art: The Attack on modern Art in the nazi Germany, 1937. La exposición es un montaje dramático que describe este crimen de propaganda y censura. Están las fotografías y los documentales que filmó el partido nazi para la exposición Entartete kunst o de arte “degenerado”: expresionismo, dadaísmo, cubismo, abstracción, obras de influencia primitivista. En otra sala de la Neue Galerie hay piezas que el partido aprobaba en la Grosse deutsche kunstausstellung o exposición del gran arte alemán, como Los cuatro elementos de Richard Schiebe. Enfatizando la tragedia de la ausencia, en una sala cuelgan los marcos vacíos de obras desaparecidas, con una X marcan las que fueron destruidas, acompañadas de las recuperadas por los coleccionistas. La exposición de Neue Galerie revela que entre los nazis había coleccionistas de estas obras censuradas y que entre los artistas estigmatizados había varios que apoyaron al partido nazi. Goebbels era gran admirador del modernismo y el expresionismo y coleccionista de Emyl Nolde al que más tarde condenaron como artista degenerado. Es evidente la influencia modernista en los carteles y películas que publicitaban las atrocidades de Himmler. Llegaron al extremo en esta cacería de exponer esculturas de Max Schmeling en la exposición de arte degenerado y en la de gran arte alemán.

Lo que se gestó como una depuración revisionista del arte en realidad fue una estrategia para imponer un gran expolio a los coleccionistas, los museos invadidos y a los artistas. Resulta increíblemente contradictorio que obras que eran condenadas en público por el poder se convirtieran en moneda de cambio para que los judíos perseguidos compraran pasaportes y escaparan del exterminio. Esas obras “vergonzosas” eran traficadas por toda Europa, almacenadas en bodegas secretas de museos alemanes y europeos que aún hoy las tienen y que sus dueños las han reclamado con juicios internacionales. Los grandes coleccionistas y dealers de arte de ese momento eran familias de empresarios judíos, el régimen lo primero que hizo fue despojarlos de su dignidad, sus propiedades y sus colecciones que eran parte de su identidad y su cultura cosmopolita. La descalificación nazi despojó a los artistas, los asesinó como a Felix Nussbaum y orilló a otros al suicidio como a Kirchner, mientras sus obras eran parte de la rapiña nazi. Con esta campaña el saqueo funcionó ominosamente porque ante la vejación las familias entregaron su acervo como si no valiera para conseguir que los sacaran a la frontera. Esto es evidente en el reciente hallazgo de la obra oculta por Conerlius Gurlitt que su padre traficó y acumuló extorsionando coleccionistas judíos y que confesó que muchas de esas piezas se las “guardaba” a nazis que se las encargaron para que no se perdieran en la anarquía de la guerra. Es una vergüenza que Alemania sigue sin entregarlas a sus dueños originales.

Entonces sí tenían valor estético para los nazis, la purga revisionista fue para que el expolio del arte estallara sin reglamentación alguna, el día de hoy existe una causa legal que pide que el MoMA de Nueva York abra sus bodegas a la investigación del acervo que el museo reunió durante este caos. Esta exposición, que además de mostrar obras maestras como las de Oskar Kokoschka, contrasta a la Historia, es posible dimensionar cómo la propaganda distorsiona un hecho. Ayer los nazis y hoy quienes rechazan a la crítica con salidas ignorantes y oportunistas. 

sábado, 7 de junio de 2014

ANÓMALO Y ANTAGÓNICO.

Detalle de San Juan Bautista de José de Ribera 
El arte es una anomalía dentro del contexto de la realidad. No se parece a nada de lo que nos rodea, destaca, es evidente, se presenta como algo que rompe el entorno. Inspirado en la realidad inevitablemente se separa de ella durante la realización de la obra. La frontera del formato, la utilización de los materiales, el desarrollo del tema, hace que la pieza vaya tomando cada vez más distancia ante esa realidad que lo detonó enfatizando su presencia anómala. Es tan perturbadora su existencia, tan ajena y provocada que el lugar que ocupa en el conocimiento humano es insustituible. Esta dimensión la han conquistado a través de los siglos los artistas que han desarrollado un lenguaje y una transformación de los materiales que pueda desembocar en este efecto, en esta alteración que marca el tiempo y el espacio, que define a la humanidad.
¿Para qué el ser humano desarrolló un lenguaje, una serie de obras que exigen otro nivel de realización, que están sujetas a reglas distintas y que, además, piden un compromiso intelectual, sensorial y emocional? Para tener otro vehículo de expresión, para decir y actuar fuera de los parámetros de la comunicación social, para ir más lejos de lo que aporta la información. Esta presencia anómala es tan potente, esta comunicación llega con tanta fuerza que el arte se convierte en un antagónico de la realidad, la distorsiona, la reinterpreta, y esta propuesta, que es individualista, se vuelve social, define una época. Es anómalo y antagonista que un paisaje se descomponga en colores, texturas y pigmentos que le dan otra atmósfera que no tiene y que eso nos conmueva más que el paisaje real. Si vemos un desnudo en vivo se reduce a la persona, y si lo vemos en una pintura es un choque, nos provoca con sus protuberancias, sus defectos, el color de la piel y el tratamiento de la pincelada. La rebeldía del abstraccionismo que desconfigura, que niega lo inmediato.
La antagonía del arte está, además, en que no tiene utilidad alguna, que pintar, hacer un grabado, un dibujo podría dejarse de hacer, es algo que demanda atención, cuidado, experiencia, innovación, conocimientos y tal vez no dé nada a cambio; pide la vida y puede desembocar en una frustración. Tiene sentido para el creador, para el artista y ese sentido se traslada al espectador, al otro. Su existencia es demandante y ajena, desconcierta y es necesaria. Alterar y domar el sonido para hacerlo música, para que sea algo completamente antagónico al ruido de la vida hace que se vuelva indispensable. Esta tiranía del arte es casi violenta, pone en crisis a los creadores, les exige que aporten a la sucesión de obras, que sumen rasgos y elementos que hagan distinta a cada pieza. Decidir crear se vuelve una opción fatal.
Este compromiso con el pensamiento humano y con el propio ser se puede evitar si se toma la senda del entreguismo de no alterar a la realidad, de tomar lo que da y someterse a su estado preconcebido, de rescatar ruidos callejeros y montar una instalación sonora, hacer una venta de cosas viejas y llamarlas instalación interactiva. Las repetitivas formas de obras de arte contemporáneo VIP (video-instalación-performance) que replican y no antagonizan, imitan y no presentan ese ente anómalo que atrapa nuestra atención y nos comunica algo. La realidad ofrece infinitos elementos, información, imágenes, estamos saturados de contenido que se disemina en canales distintos y que nos abruma, que no permiten ni su asimilación ni su completa visión. Esta fuente es inagotable e inmediata de usar si se toma con literalidad y escasa transformación. Tomar de ahí una parte y enunciarla tal cual en obra de arte es un escapismo, una fuga de la exigencia del arte. La realidad es insuficiente para explicarse a sí misma, para comprenderla y poder ver más allá de lo visible y lo invisible necesitamos hacerlo a partir de sus anormalidades, de lo que antagoniza.
La literalidad de las obras del arte contemporáneo VIP (video-instalación-performance) es insuficiente para este proceso. Lo que presentan es elemental y sin profundidad, y no aporta a la comprensión de entorno que depredan porque el arte contemporáneo VIP tampoco lo comprende. La repetición sistemática no es entendimiento, no hay asimilación ni uso de la imaginación, es simple reacción de corto plazo, superficial, desechable. Inevitablemente se convierte en un cliché, es la pose del que hace y no piensa.