El reloj es un objeto concreto que mide una
abstracción: el tiempo. En física, las ecuaciones son abstracciones para explicar
las leyes vivas de la naturaleza. La medida y la representación le otorgan inteligibilidad
a las ideas. El arte le da visibilidad y presencia a ideas, emociones,
situaciones que no podemos manifestar o materializar. Esta representación tiene
una dimensión acotada que le permite ocupar un lugar: el cuadro del lienzo, el
volumen de la escultura, el espacio del papel. Esa presencia se expande, es a
la vez inalterable y movible en el tiempo, vive a través de él.
Pensar en el
arte por su temporalidad, darle sentido por el momento en que fue creado y
hacer de ese momento el tema mismo, rompe con la línea eterna en la que vive el
arte.
El arte inventa un lenguaje que sea capaz de trascender el instante en el
que la obra fue creada. La circunstancia que detonó el tema, es una condición
que queda atrás para que el tema sobreviva a su propio momento y se suspenda en
el tiempo, perpetúe su existencia.
Un pescador de la franja de Gaza encontró un tesoro, con
su red atrapó una escultura de Apolo. El mar lo protegió durante siglos y ahora
lo expulsa de su morada. Apolo luce joven, de tamaño natural, su cabello ensortijado,
su rostro adolescente, la barbilla afilada, está vivo, nos mira en silencio, extrañado
de encontrarse fuera de su refugio, entre personas que lo tocan, que vulneran
su delicado cuerpo. Se calcula que tiene unos 2,500 años de antigüedad y, sin
embargo, libre de la muerte parece que nació hoy. Es la línea eterna del arte.
La coincidencia de sus pasos está en que el arte surge de lo más esencial del
ser humano, de ese fenómeno increíble de inventar algo, de crear, de aportarle
sentido a la existencia.
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El arte contemporáneo centra su limitado sentido en el
momento y en los medios de ese momento. Su razón de ser está en la finitud
misma, ese instante que se acaba inevitablemente y que la obra no es capaz de
sobrevivir. Se empecina en explotar las referencias inmediatas sin adentrarse
en la profundidad: es un continente superficial para un contenido banal. En la
medida en que la complejidad humana se presenta, el arte contemporáneo VIP se
atrasa, la obsolescencia lo devora a pesar de su obsesión con la actualidad porque
sus mensajes, materiales y medios son insuficientes para la necesidad que tenemos
de pensamiento. Tratan de imprimir velocidad a las obras, estar ya, ahora,
recurrir a lo que simbolice lo moderno: tecnología, voces, imágenes, temas. Los
persiguen con una debilidad tal que llegan tarde, y caducan, desfallecen. La avalancha
de la realidad misma toma un rumbo que siempre los deja perdidos en su
retórica: los ruidos, las instalaciones, los videos se demuestran como
obituarios de su instante. El tiempo que tendrían que ignorar para ser eternos,
se impone como un dictador, la obra se ve sometida por lo que surja, por el
oportunismo del ahora.
Las interrogantes humanas son más grandes que los
eslóganes que manejan como respaldo retórico de las obras. El objeto denominado
como artístico se queda atrás, es anacrónico, con un falso significado que se
construye de adjetivos arbitrarios, es una ilustración de la moda artística y académica,
su vigencia es la ocasión. Con esta corta vida la originalidad el objeto es
irrelevante, es caduco y puede ser reemplazado por otro que ilustre ese momento
o a determinado artista.

El mar, dentro de su oleaje infinito, le dio un templo al
joven Apolo y cuando lo regresa a esta tierra, su belleza nos conmueve, sigue
encarnando valores divinos dentro de un cuerpo armonioso, puro, completamente
humano. En esa masa de agua movible y agitada, sin principio y sin fin, Apolo
encontró reposo y fuera de ahí, aun sin el contexto de un templo, sin la
lectura de una religión, su presencia es la esencia del arte, de su
intemporalidad. ¿Qué podría tragarse el mar, símbolo del tiempo infinito, de
estas instalaciones, de estos gestos artísticos que nos pueda regresar siglos
después y continuar su presencia como arte? El mar regresa tesoros, y también
basura que invade y contamina las playas. El pescador que encontró al joven
Apolo pensó que era un cadáver y al verlo supo que tenía enfrente a la
eternidad.