El movimiento surrealista difamó a los sueños, mintió acerca de ellos, los sacó de la bóveda craneal; para simplificarlos en la contradicción elemental los adulteró y los esquematizó con imágenes falsas edulcoradas. Hans Bellmer inventó una sexualidad que el surrealismo adoptó como una manifestación total de su pensamiento y estética. Las referencias oníricas o psiquiátricas con las que el surrealismo estructuró su estética son insuficientes para la oscura sexualidad de Bellmer. En sus series de grabados Sade, Modo de empleo, Pequeño tratado de Moral, Las Marionetas y Los Anagramas permite que sus fantasías mas grotescas se manifiesten, les otorga el poder de expresarse, y dibuja en la placa con una línea tan fina que evoca la herida profunda que nunca cicatriza que imprime el deseo.
El cuerpo sadiano que es capaz de soportar, necesitar y alimentar ese deseo brutal es la obra de Bellmer. Nos dice cómo usar, ver y degradar la sensación sexual, es un ingeniero perverso que estudia la mecánica de la anatomía sadiana. Estas series de grabados son un análisis profundo de las fantasías que despierta la lectura de la obra de Sade, son la visualización del cuerpo que habita en esas narraciones. Bellmer hace la vulva feroz de Juliette un ente de orificios amalgamados, palpitantes y hambrientos. El castigo doloroso que tiene a Justine atada a sus desgracias está en un culo que es un falo. Sus cuerpos son trasplantes, la orgia es un experimento quirúrgico en el que se unen órganos.
Si la evolución de las especies está condicionada por las adversidades ambientales a las que tenemos que sobrevivir, el cuerpo sadiano evoluciona, crece, se hace fuerte, desarrolla genitales, abre caminos anatómicos para luchar contra la tragedia de un cuerpo que es insuficiente para satisfacer las desproporcionadas exigencias de sus deseos. Al dolor, la degradación, a esa mezcla humillante de la inmolación y la victimización que implica desear, Bellmer le da abanicos de piernas abiertas, falos en pedestales. El dibujo es preciso, detallado, las líneas describen meticulosas las perversiones, no hay impulso ni improvisación, es tan delicado y meditado que podemos pensar que esa imagen torturó el cerebro de Bellmer durante semanas hasta que la eyaculó en la placa.
Estos cuerpos y escenas bizarras son deliberadamente artificiales, el naturalismo es una contradicción en la degradación sexual sadiana: es una petición al destino la que nos arroja en la promiscuidad. Bellmer crea un falo con piernas, hermafroditas, culos dobles, racimos edipicos de senos. El artificio de estas uniones, de estas masas corporales es producto de un orden específico, planeado, como lo diseña un científico que cultiva células madre para hacer un hígado. La función de estos cuerpos es ser esclavos de sí mismos, son genitales que carecen de voluntad, no hay gobierno, son utilizados por apetitos que son eternos, se multiplican y emigran de una persona a otra, tienen vida propia. Bellmer dibuja mujeres envejecidas con orificios incontinentes y cuellos frágiles, rostros que se caen a pedazos.
Entre nuestros grandes miedos están nuestras propias fantasías, los cuerpos de Bellmer son terribles, son la monstruosidad que puede alcanzar el deseo.