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Wilfredo Prieto, Orina y cerveza en el SAPS. |
El éxito y la felicidad son parte de las imposiciones
proselitistas del neoliberalismo, del capitalismo y de los regímenes
totalitarios. El adoctrinamiento sucede en conferencias multitudinarias, con
oradores que predican las fórmulas para alcanzar la abundancia, lograr negocios
y coronar los sueños o en campos de reeducación para que se convenzan de las
bondades del régimen. Los ideales publicitarios y los propagandísticos conviven
con promiscuidad ideológica. La mirada al futuro optimista del realismo
socialista o la portada en la revista del corazón.
Ser feliz y exitoso en el arte es un despropósito. La
creación no es infalible, el arte no es una sucesión de éxitos, es un historial
de fracasos. Cada obra lograda tiene tras de sí más tropiezos, más dolor, más
renuncia que lo conseguido. No existe trayectoria artística sin obras fallidas.
Las obras abandonadas, que el artista dejó inconclusas porque no logró lo que
buscaba, son fragmentos indiscretos de una batalla pérdida. Por cada artista
rico y famoso que expone sus obras en museos como el Guggenheim o la Tate
Modern de Londres, hay miles que nunca alcanzaron el reconocimiento que merecían.
La insatisfacción y la frustración que muchas veces implica crear arte
contradicen a la quimera de vivir como personajes de una serie de televisión. Es
terrible porque esta sociedad depredadora estigmatiza los fracasos y, en cambio,
válida al crimen si este acarrea éxito. Presentarse con las manos vacías de
triunfo es una pesadilla que ha empujado a cientos de artistas al suicidio.
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Wilfredo Prieto, su "estudio" en el SAPS. |
Pero para aniquilar a esta tragedia y transitar por
los caminos luminosos y alfombrados del éxito y la felicidad llegó el arte
contemporáneo materializando el paraíso en la Tierra: se puede ser exitoso,
rico y famoso y no tener un gramo de talento, inteligencia o sensibilidad. Los
artistas del radymade, que no hacen su obra, montan sus “estudios” en el museo para que seamos testigos de cómo la alegría inunda la sala y “cada día el artista hace una
obra de arte”: una botella de plástico, un tinaco o su orina con cerveza derramada en el
piso. Otro artista documenta con cientos de fotografías la excitante
actividad de cómo le crecen el cabello y la barba.
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Martha Rosler, Garage Sale, en el MoMA. |
La exultante Martha Rosler expone una venta de garaje en
el atrium del MoMA y el público vive una experiencia estética gozosa comprando
cojines y trastes viejos, pagando decenas de veces más que si los adquirieran nuevos
en una tienda. Estas obras instantáneas proporcionan felicidad instantánea y
hacen que Rilke y sus Cartas a un Joven
poeta se queden en las mazmorras de la amargura. Integrar al arte en los
movimientos de autoayuda aplaudiendo cualquier ocurrencia por fin espantó a la
sombra traumática de culparse a sí mismo por no alcanzar la esencia de la
propia creación.
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Martha Rosler, Garage Sale en el MoMA |
La dicha llena
el pecho, la sonrisa es incontenible ante la posibilidad de consagrarse en un
museo dejando en la sala un montón de grava y restos de ladrillos, varillas y
crear “esculturas amorfas” “con restos de la remodelación de la casa que él mismo habitará”. El
éxito es motivo de felicidad, crea un aura que hace que esa persona
resplandezca a su paso. El regocijo de no enfrentarse con la obra: ya no hay
que “explorar las profundidades de donde mana la vida” como sugiere el necio de
Rilke. La facilidad es parte de la comodidad, de ese sillón mullido que significa
poner unos luchadores de plástico y cajas de cartón en la sala.
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Pedro Reyes, performance en la Bienal de Venecia 2003. |
El artista cuenta con la guía de un líder para lograr
este estado de beatitud. El curador le da su bendición con una cédula saturada
de adjetivos. El dichoso artista realiza las obras con comités de “saberes y
expertos interdisciplinarios”, y además, le asignan un apoyo económico y lo
mandan a la Bienal de Venecia para que se suba a un árbol y hable por un bote
vacío atado a un cable.
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Pedro Reyes, performance en la Bienal de Venecia 2003. |
Ante tanto dolor que hay en el mundo, ante las
tragedias que cada día aparecen en las noticias es un motivo de embeleso que
exista una corriente del arte dedicada a hacer felices a las personas. Habrá obcecados
que escucharan a Rilke y “cargarán con su destino”, que se empeñen en hacer su
obra y en experimentar el fracaso en esa lucha, siempre desigual, con la
creación. Allá ellos. Para los optimistas ahí está la mágica escalinata para
que suban sus dorados peldaños hasta la realización absoluta y demuestren que
entre más mediocres, están más cerca del cielo del éxito.
Publicado en el
Suplemento
Cultural Laberinto de Milenio Diario del sábado 30 de marzo del 2013.